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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Oh, madame...! —repuso ésta con una sonrisa amarga—. Mi padre las hizo ordenar,<br />

y al morir me las legó todas a cambio de otra herencia; pero, ¿de qué valen las pruebas<br />

de una inútil verdad o de una verdad que nadie quiere reconocer?<br />

—¿Vuestro padre murió? —preguntó la más joven de las damas.<br />

—Ay, sí.<br />

—¿En provincias?<br />

—No, madame.<br />

—¿En París, entonces?<br />

—Sí.<br />

—¿En este apartamento?<br />

—No. Mi padre, barón de Valois, nieto del rey Enrique III, murió de miseria y de<br />

hambre.<br />

—¡Imposible! —exclamaron a la vez las dos damas.<br />

—No aquí —continuó Juana—; no en este pobre refugio, no en su lecho, aunque éste<br />

fuera un camastro. No. Mi padre murió en el Hótel-Dieu de París.<br />

Las dos mujeres dieron un grito de sorpresa que más pareció de espanto.<br />

Juana, satisfecha del efecto que había producido, del arte con que había conducido la<br />

conversación hasta su desenlace, continuó inmóvil, los ojos bajos y la mano inerte.<br />

La mayor de las damas la examinaba con atención e inteligencia, y, al no ver en su<br />

dolor, tan simple y natural, nada que denunciase el charlatanismo o la ordinariez, volvió<br />

a tomar la palabra.<br />

—Después de lo que me decís, madame, comprendo que habéis sufrido grandes<br />

desgracias, la muerte de vuestro padre, sobre todo...<br />

—¡Oh...! Si os contase mi vida, veríais que no ha sido nada corriente.<br />

—¿Cómo, madame? ¿Consideráis como una desdicha menor la muerte de un padre? —<br />

dijo la dama, frunciendo el ceño con severidad.<br />

—Así es, madame, y al decir esto, me muestro como una hija piadosa, porque la muerte<br />

libró a mi padre de todos los males que llenaron su vida y continuaron persiguiendo a su<br />

desgraciada familia. Aunque su pérdida me causó un gran dolor, hoy me consuelo<br />

pensando que mi padre está muerto y que un descendiente de reyes no se vio reducido a<br />

mendigar su pan.<br />

—«Mendigar su pan.»<br />

—Oh, lo digo sin vergüenza, porque ni mi padre ni yo somos responsables de nuestras<br />

desgracias.<br />

—Pero, ¿vuestra madre...?<br />

—Así como agradecí a Dios el que llamara a mi padre, lamento que dejara viva a mi<br />

madre. Sí, os lo aseguro.<br />

Las dos mujeres se miraron, asombradas por tan extrañas palabras.<br />

—¿Sería una indiscreción pediros un relato más detallado de vuestras desgracias? —<br />

dijo la mayor.<br />

—La indiscreción, madame, sería mía por fatigar vuestros oídos con una relación<br />

completa de dolores que sólo pueden seros indiferentes.<br />

—Os escucho, madame —dijo la mayor de las damas, a quien su compañera dirigió una<br />

mirada de advertencia para invitarla a observar.<br />

En efecto, a Juana de la Motte la había impresionado el acento imperioso de la dama, y<br />

la miraba con asombro.<br />

—Os escucho —volvió a decir ella con voz menos acentuada—, si queréis hacerme el<br />

honor de contestarme.

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