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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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punto. Pero se equivocaba; cualquier otra mujer se hubiera conducido más hábilmente<br />

mostrando menos rigidez, pero para ella constituía un espantoso suplicio mentir ante el<br />

hombre a quien amaba. Mostrarse bajo la luz miserable y falsa de la superchería de las<br />

comedias, era dar como ciertas todas las falsedades, todas las astucias, todos los<br />

manejos de las intrigas del parque con un desenlace propio de su infamia; era casi<br />

mostrarse culpable; era peor que la muerte...<br />

Vaciló todavía. Habría dado la vida porque hubiese sido Charny quien hallase la<br />

mentira, pero él, leal gentilhombre, no podía ni pensar en ello. Temía inclusive parecer<br />

que defendía el honor de la reina.<br />

María Antonieta, esperaba, fijos sus ojos en los labios del rey, la pregunta que al fin<br />

surgió.<br />

—Veamos, señora, decidme cuál era la gracia vanamente solicitada por el señor de<br />

Charny y qué le ha llevado a arrodillarse ante vos.<br />

Y para dulcificar la excesiva dureza de la sospechosa pregunta añadió el rey:<br />

—Quizá sea yo más afortunado que vos, señora, y el señor de Charny no tendrá<br />

necesidad de arrodillarse ante mí.<br />

—Majestad, os repito que el señor de Charny pedía una cosa imposible.<br />

—Decidme al menos qué era.<br />

—Sire, la petición del señor de Charny es un secreto de familia.<br />

—No existen secretos para el rey, señor que es de su reino y padre de familia interesado<br />

en el honor y la seguridad de todos sus súbditos, que son también hijos suyos aquellos<br />

que, desnaturalizados, atacan el honor y la seguridad de su padre— dijo Luis XVI con<br />

gesto de majestuosa dignidad.<br />

La reina intervino ante esta última amenaza de peligro.<br />

—El señor de Charny— exclamó, turbada y con voz temblorosa—, quería obtener de<br />

mí...<br />

—¿Qué, señora?<br />

—Una autorización para casarse.<br />

—¿De veras?— exclamó el rey tranquilizado de momento.<br />

Pero en seguida, vuelto de nuevo a sus celos, añadió sin notar lo que la desdichada<br />

sufría al decir estas palabras y cómo había palidecido Charny al ver el sufrimiento de la<br />

reina:<br />

—Pero, ¿por qué es imposible casar al señor de Charny? ¿No es, quizás, de noble<br />

familia? ¿No posee acaso una sólida fortuna? Verdaderamente, para no darle entrada en<br />

una familia o para negarse, si es una mujer, es necesario ser princesa de sangre real o<br />

casada. No veo sino estas dos razones que constituyan una imposibilidad. Decidme,<br />

pues, señora, el nombre de la dama con la cual querría casarse el señor Charny y si se<br />

encuentra en uno de esos dos casos, os respondo que solventaré la dificultad..., para<br />

complaceros.<br />

La reina, llevada por el peligro cada vez mayor, arrastrada por las consecuencias del<br />

primer embuste, prosiguió con energía:<br />

—No, señor, no; es una dificultad que no se puede vencer.<br />

—Razón de más para que yo sepa qué es imposible para el rey— interrumpió Luis XVI<br />

con sorda cólera.<br />

Charny miró a la reina, que parecía vacilante. Hubiese dado un paso hacia ella, pero el<br />

rey le detuvo con su inmovilidad. ¿Con qué derecho, él, que no era nada para esta<br />

mujer, le podía ofrecer la mano o su apoyo cuando el rey y esposo la abandonaba?<br />

"¿Cuál es la potencia contra la que el rey nada puede?— se preguntaba ella—. ¡Dios<br />

mío, inspiradme, ayudadme!"<br />

De pronto la luz se hizo en su espíritu.

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