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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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El se aproximó con rapidez, aunque con el mayor respeto.<br />

—Vuestra Majestad— dijo con voz alterada— acaba de indicarme cuál es mi deber.<br />

Pero no es en mis tierras, ni fuera de Francia donde está el peligro, sino en Versalles.<br />

Importa, señora, que toda sospecha se borre, que la sentencia sea una justificación y<br />

como vos no podéis tener un testigo más leal ni un sostén más resuelto que yo, me<br />

quedo. Los que saben tantas cosas, señora, lo dirán. Pero al menos tendremos la inefable<br />

dicha, que tanto complace a las personas de temple, de ver cara a cara a nuestros<br />

enemigos. Que tiemblen ante la majestad de una reina inocente o ante el valor de un<br />

hombre mejor que ellos. Sí, me quedo, señora. Lo que debe saberse es que no huyo y no<br />

temo; lo que Vuestra Majestad sabe también, es que, para no verme más, no hay<br />

necesidad de enviarme al destierro. ¡Oh, señora! De lejos los corazones se oyen y las<br />

aspiraciones son más ardientes que de cerca. Queréis que yo parta por vos y no por mí;<br />

mas no temáis nada. Estando pronto a socorreros y a defenderos, no os ofenderé ni os<br />

molestaré. ¿No me visteis cuando, hace ocho días, vivía no lejos de vos, espiando cada<br />

uno de vuestros gestos, contando vuestros pasos y viviendo vuestra vida?... ¡Pues bien,<br />

ahora será lo mismo, porque no puedo ejecutar vuestra orden, no puedo partir! Por otra<br />

parte, ¿qué os importa?... ¿Acaso pensaréis en mí?<br />

Ella hizo un movimiento y se alejó del joven.<br />

—Como queráis— dijo—, pero..., ya me habéis comprendido; no es necesario que os<br />

equivoquéis nunca sobre el sentido de mis palabras; yo no soy una coqueta, señor de<br />

Charny. Decir lo que piensa, pensar lo que dice, he aquí el privilegio de una verdadera<br />

reina: yo soy así. Un día, caballero, os escogí entre todos. No sé lo que impulsaba a mi<br />

corazón hacia vos. Tenía deseos de una amistad fuerte y pura. Os la he otorgado, ¿no es<br />

así? Pero hoy no pienso lo mismo que antes. Vuestra alma ya no es hermana de la mía.<br />

Os lo digo francamente. Evitémonos el uno al otro.<br />

—Está bien, señora— interrumpió Charny—; yo no creí nunca que me hubieseis<br />

escogido, no creí... ¡Ah, señora! No puedo resistir la idea de perderos. Estoy ebrio de<br />

celos y de miedo. No puedo sufrir que apartéis de mí vuestro corazón. Es mío, me lo<br />

habéis dado y nadie me lo sacará si no es con mi vida. Sed mujer, sed buena, no abuséis<br />

de mi debilidad, porque me habéis reprochado hace poco mis dudas y ahora me<br />

aniquiláis con las vuestras.<br />

—Un corazón de niño apoyado en uno de mujer...— dijo ella—. ¡Queréis que disponga<br />

de vos!... ¡Buenos defensores el uno para el otro! ¡Débiles! Si vos lo sois, yo no soy más<br />

fuerte que vos!<br />

—Yo no os amaría si fueseis distinta de lo que sois.<br />

—¡Qué!— dijo ella cediendo a un arranque de pasión—. ¡Esta reina maldita, esta reina<br />

perdida, esta mujer a la que va a juzgar un parlamento, que la opinión va a condenar,<br />

que un rey, su marido, tal vez repudie, esta mujer encuentra aún un corazón que la<br />

ama!...<br />

—Un servidor que la venera y que le ofrece toda la sangre de su corazón a cambio de la<br />

lágrima que ha vertido hace poco.<br />

—¡Esta mujer— exclamó la reina— se siente bendecida; está orgullosa; se considera la<br />

primera de las mujeres, la más feliz de todas!... ¡Esta mujer es demasiado feliz, señor de<br />

Charny, y no sé cómo ha podido quejarse! ¡Perdonadla!<br />

Charny cayó a los pies de María Antonieta y los besó en un transporte de amor<br />

religioso. En aquel momento se abrió la puerta del corredor secreto y el rey se detuvo,<br />

temblando y como fulminado, en el umbral.<br />

Acababa de sorprender al hombre al que acusaba el señor de Provenza, de hinojos ante<br />

María Antonieta.

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