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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Lleva firma del siguiente día— dijo el rey.<br />

—Sí, Majestad, dice haber visto a la reina salir del parque por la puerta pequeña y mirar<br />

hacia afuera, dando el brazo al señor de Charny.<br />

—¿El señor de Charny?...— exclamó el rey medio loco de cólera y de vergüenza—:<br />

bien..., bien... Esperadme aquí, conde, al fin vamos a saber la verdad.<br />

Y Luis XVI salió apresuradamente del gabinete.<br />

CAPITULO LXXX<br />

UNA ÚLTIMA ACUSACIÓN<br />

En el momento en que el rey había dejado la habitación de la reina, ésta se dirigió al<br />

tocador donde el señor de Charny había podido oír todo.<br />

Abrió la puerta y volvió a cerrar la de su departamento; esperó silenciosamente que<br />

Charny dijese su veredicto. No tuvo que esperar mucho; el conde salió del tocador más<br />

triste y más pálido que nunca.<br />

—¿Y bien?— interrogó ella.<br />

—Señora— contestó aquél—, ya veis que todo se opone a que seamos amigos. Aunque<br />

no sea mi convicción lo que os hiera, será en adelante el rumor público; con el<br />

escándalo que se ha producido hoy, ya no hay tranquilidad para mí ni tregua para vos.<br />

Después de esta primera herida que os han inferido, los enemigos más encarnizados<br />

caerán sobre vos como las moscas sobre la gacela herida...<br />

—Tratáis de buscar desde hace tiempo una palabra natural y no la halláis— dijo la reina<br />

con melancolía.<br />

—Creo que no he dado nunca a Su Majestad ocasión para que dude de mi sinceridad—<br />

contestó Charny—; os pido perdón si algunas veces se ha manifestado con excesiva<br />

dureza.<br />

—Entonces— replicó la reina conmovida—, lo que termino de hacer, la situación que<br />

he provocado, ese peligroso ataque contra uno de los grandes señores del reino, mi<br />

hostilidad declarada contra la iglesia, mi nombre expuesto a las pasiones del<br />

parlamento, nada de eso basta. No hablo de la confianza inquebrantable del rey porque<br />

ello no debe preocuparos, ¿verdad?... ¡El rey! ¡No es más que... un esposo!<br />

Y sonrió con una amargura tan dolorosa que las lágrimas asomaron a sus ojos.<br />

—¡Oh! Vos sois la más noble y generosa de las mujeres— exclamó Charny—. Si no os<br />

respondo inmediatamente, como a ello me induce mi corazón, es porque me siento<br />

inferior en todo y no me atrevo a profanar ese sublime corazón pidiendo un lugar en él.<br />

—Señor de Charny, vos me creéis culpable.<br />

—¡Señora!...<br />

—Señor de Charny, vos habéis dado fe a las palabras del cardenal.<br />

—¡Señora!...<br />

—Señor de Charny, os requiero para que me digáis qué impresión ha hecho sobre vos la<br />

actitud del señor de Rohan.<br />

—Cumple a mi lealtad deciros, señora, que el príncipe de Rohan no ha sido un insensato<br />

como le habéis reprochado, ni un hombre débil, como podría creerse; es un hombre<br />

convencido, que os quiere y que en este momento es víctima de un error que le<br />

conducirá a la ruina, y a vos...<br />

—¿Y a mí?<br />

—A vos, señora, a un deshonor inevitable.<br />

—¡Dios mío!<br />

—Ante mí se levanta un espectro amenazante, esa mujer odiosa, la señora de La Motte,<br />

desaparecida cuando su testimonio podría devolvernos el reposo, el honor, la seguridad

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