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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Durante la noche por el parque de Versalles! ¡La reina!...<br />

—Ni vale la pena citar la persona con que se dice paseaba— continuó fríamente el<br />

conde de Provenza.<br />

—¿Quién?— murmuró el rey. .—¡Oh!... ¿Acaso todos los ojos no se concentran en lo<br />

que hace una reina? ¿Acaso esos ojos que no se deslumbran jamás ante la luz del día ni<br />

ante el resplandor de la majestad, no son más clarividentes cuando se trata de ver<br />

durante la noche?<br />

—¡Pero, hermano mío, estáis diciendo cosas infames, tened cuidado!<br />

—Sire, yo me limito a repetir y lo hago con la indignación que impulsaría a Vuestra<br />

Majestad, estoy seguro de ello, a descubrir la verdad.<br />

—¡Cómo, caballero! ¿Se dice que la reina se pasea de noche en compañía..., por el<br />

parque de Versalles?<br />

—No en compañía, sire, sino a solas. Si no se dijese más que paseaba en compañía, la<br />

cosa no debía preocuparnos.<br />

—Me vais a demostrar que sólo repetís y para ello me probaréis qué se dice— expresó<br />

el rey, exaltado.<br />

—¡Oh! Es demasiado fácil— respondió el señor de Provenza—. Hay cuatro<br />

testimonios: el primero es el de mi capitán de caza, que ha visto a la reina dos días<br />

seguidos, o, mejor dicho, dos noches seguidas, salir del parque de Versalles por la<br />

puerta del pabellón de caza. He aquí el documento con su firma. Leed.<br />

El rey tembló al coger el papel, lo leyó y lo devolvió a su hermano.<br />

—Vais a ver otro, sire, más curioso; es el del guarda de noche, que vela en el Trianón.<br />

Declara que la noche era buena, que se oyó un disparo, hecho sin duda por los cazadores<br />

furtivos en el bosque de Satory y que en lo que respecta a los parques no hubo novedad,<br />

salvo el día en que Su Majestad la reina dio un paseo con un gentilhombre al que ella<br />

daba el brazo. Ved, el proceso verbal está bien explícito.<br />

El rey leyó de nuevo, se estremeció y dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo.<br />

—El tercero— continuó imperturbablemente el señor conde de Provenza—: es del suizo<br />

de la puerta del Este, que vio y reconoció a la reina cuando ella salía de la puerta del<br />

pabellón de caza. Dice cómo iba vestida; ved, sire; dice también que, de lejos, no pudo<br />

reconocer al gentilhombre al que Su Majestad dejaba; está escrito; pero que, por su<br />

aspecto parecía un oficial. Ésta declaración está firmada. Añade una cosa curiosa: que la<br />

presencia de la reina no pueda ser puesta en duda porque Su Majestad iba acompañada<br />

de la señora de La Motte, amiga de la reina.<br />

—¡Amiga de la reina!— exclamó el rey furioso—. ¡Sí, esto es: amiga de la reina!<br />

—No le toméis encono a este honrado servidor, sire; no puede ser culpable de un exceso<br />

de celo. Está encargado de guardar y guarda, de vigilar y vigila.<br />

Hubo una pausa.<br />

—El último— prosiguió el conde de Provenza— me parece el más claro de todos. Es<br />

del maestro cerrajero encargado de comprobar si todas las puertas están cerradas<br />

después del toque de retreta. Vuestra Majestad conoce a este hombre: certifica haber<br />

visto entrar a la reina en los baños de Apolo con un gentilhombre.<br />

El rey, pálido y ahogando su resentimiento, arrancó el papel de manos del conde y leyó.<br />

El señor de Provenza, no obstante, continuó diciendo durante la lectura:<br />

—Es verdad que la señora de La Motte estaba fuera, a una veintena de pasos y que la<br />

reina no permaneció más que una hora en esa habitación.<br />

—¿Pero cómo se llama el gentilhombre?— exclamó el rey.<br />

—Sire, no se le nombra en el informe. Es necesario que Su Majestad lo busque en un<br />

último certificado que está aquí. Es el de un guardabosque que estaba al acecho detrás<br />

de la pared del recinto, cerca de los baños de Apolo.

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