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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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señor de Breteuil adoptó una actitud compasiva tan hábilmente matizada, que el barón<br />

debió creer que no se había vengado suficientemente.<br />

Un teniente de guardias se acercó tímidamente y pareció pedir al propio cardenal la<br />

confirmación de la orden que acababa de oír.<br />

—Sí, caballero— le dijo el señor de Rohan—; es mí a quien debéis arrestar.<br />

—Conduciréis a este caballero a sus habitaciones a la espera de lo que yo decida<br />

durante la misa— dijo el rey en medio de un silencio de muerte.<br />

Luis XVI permaneció solo en la habitación de la reina, con las puertas abiertas, en tanto<br />

que el cardenal se alejaba lentamente por la galería, precedido por el teniente de los<br />

guardias con el sombrero en la mano.<br />

—Señora— dijo el rey vacilante, porque se contenía a duras penas—, ya sabéis que esto<br />

conduce a un juicio público, es decir, a un escándalo que caerá sobre el honor de los<br />

culpables.<br />

—¡Gracias!— exclamó la reina estrechando con efusión las manos del rey—; habéis<br />

escogido el única medio de justificarme.<br />

—¿Y me dais las gracias?<br />

—¡Con toda mi alma! ¡Habéis obrado como rey y yo como reina; creedlo!<br />

—Está bien— respondió el rey colmado por la alegría—, pondremos así fin a todas<br />

estas bajezas. Cuando una vez por toda la serpiente sea aplastada por mí y por vos,<br />

espero que viviremos tranquilos.<br />

Besó a la reina en la frente y volvió a sus habitaciones.<br />

Mientras tanto, en el extremo de la galería, el señor de Rohan había encontrado a<br />

Boehmer y Bossange casi desvanecidos el uno en los brazos del otro.<br />

Unos pasos más allá, el cardenal divisó a su emisario, que, espantado ante este desastre,<br />

espiaba a su dueño con la mirada.<br />

—Caballero— dijo el cardenal al oficial que le guiaba—, al pasar todo el día aquí voy a<br />

tener que molestar a mucha gente, ¿no puedo dar aviso a mi casa de que he sido<br />

arrestado?<br />

—Sí, monseñor, siempre que no lo vea nadie— dijo el joven oficial.<br />

El cardenal le dio las gracias. Después de hablar en alemán a su emisario, escribió<br />

algunas palabras en una hoja que arrancó de su misal.<br />

Y tras el oficial, que vigilaba para que no fuese sorprendido, el cardenal enrolló esta<br />

hoja y la dejó caer.<br />

—Os sigo— dijo al oficial.<br />

Y en efecto, desaparecieron los dos. El emisario se arrojó sobre el papel como un<br />

gavilán sobre su presa, salió fuera del castillo, montó sobre su caballo y huyó hacia<br />

París.<br />

El cardenal pudo verle atravesando los campos, por una de las ventanas de la escalera<br />

por la que, con su guía, estaba bajando.<br />

—¡Ella me pierde y yo la salvo! ¡Obro así, por vos, mi rey! Y por vos, Dios mío, que<br />

ordenáis el perdón de las injurias, perdono yo las ajenas... ¡Perdonadme vos también!...<br />

CAPITULO LXXVII<br />

<strong>EL</strong> PROCESO VERBAL<br />

Apenas el rey hubo entrado en sus habitaciones, y firmó la orden de conducir al señor<br />

de Rohan a la Bastilla, apareció el señor conde de Provenza haciendo tantos gestos al<br />

señor de Breteuil que éste, a pesar de su respeto y buena voluntad, no pudo comprender<br />

nada.

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