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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sire, aquí tenemos al señor de Rohan, que dice cosas increíbles; os ruego le ordenéis<br />

que las repita.<br />

Ante estas inesperadas palabras, el cardenal palideció. La situación era tan extraña que<br />

el prelado cesó de comprender lo que ocurría. ¿El, pretendido amante, podía repetir a su<br />

rey; podía declarar al marido, él, súbdito respetuoso, todo cuanto creía tener derecho a<br />

decir a la reina y a la mujer?<br />

Pero el rey, volviéndose hacia el cardenal, absorto en sus reflexiones, dijo:<br />

—A propósito de un cierto collar, ¿no es verdad, caballero? ¿Es cierto que tenéis que<br />

decirme cosas increíbles y yo tengo que escuchar cosas increíbles también? Hablad<br />

entonces, os escucho.<br />

El señor de Rohan tomó inmediatamente su decisión; de las dos dificultades escogería la<br />

menor; de los dos ataques sufriría el más honorable para el rey y para la reina y si<br />

imprudentemente se le lanzaba al segundo peligro, saldría de él como un hombre<br />

intrépido y como un caballero.<br />

—A propósito del collar, sí, sire— murmuró.<br />

—¿Habéis comprado el collar, caballero?— preguntó el rey.<br />

—Sire...<br />

—¿Sí o no?<br />

El cardenal miró a la reina y no contestó.<br />

—¿Sí o no?— repitió élla.<br />

—La verdad, caballero, la verdad.<br />

El señor de Rohan volvió la cabeza, sin replicar.<br />

—Puesto que el señor de Rohan no quiere contestar, responded vos, señora— dijo el<br />

rey—; vos debéis saber algo de todo esto. ¿Comprasteis el collar, sí o no?<br />

—¡No!— respondió la reina con energía.<br />

El señor de Rohan se estremeció.<br />

—¡Esta es una palabra de reina!— exclamó el rey con solemnidad—. ¡Tened cuidado,<br />

señor cardenal!<br />

El señor de Rohan dejó asomar a sus labios una sonrisa de desprecio.<br />

—¿No decís nada, pues?— apremió el rey.<br />

—¿De qué se me acusa, sire?<br />

—Los joyeros sostienen haber vendido el collar a vos o a la reina. Muestran un recibo<br />

de Su Majestad.<br />

—¡El recibo es falso!— intervino la reina.<br />

—Los joyeros— continuó diciendo el rey— afirman que, de no pagar la reina, os<br />

habíais comprometido a hacerlo vos, señor cardenal.<br />

—Yo no me niego a pagar, sire— expresó el señor de Rohan—. Debe ser la verdad,<br />

puesto que la reina deja que se diga.<br />

Y una segunda mirada, más despreciativa que la primera, acabó la frase y su<br />

pensamiento.<br />

La reina se estremeció. Este desprecio del cardenal no era para ella un insulto, porque<br />

no lo merecía, pero era la venganza de un hombre honrado y por eso se espantó.<br />

—Señor cardenal— prosiguió el rey—, en este asunto no aparece más que un infame<br />

que ha falsificado la firma de la reina de Francia.<br />

—Otra calumnia— exclamó la reina—, y ésta tal vez pueda ser imputada a un<br />

gentilhombre, es la de pretender que los joyeros han recuperado el collar.<br />

—La reina es libre de atribuirme las dos falsedades— respondió el señor de Rohan en el<br />

mismo tono—. Entre haber hecho una o dos, ¿qué diferencia hay?<br />

La reina estuvo a punto de estallar de indignación, pero el rey la contuvo con un gesto.

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