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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Verdaderamente, caballero, empleáis un lenguaje que no conozco; os ruego, pues,<br />

que utilicemos el francés. ¿Dónde está el collar que yo he devuelto a los joyeros?<br />

—¿El collar que vos habéis devuelto?— exclamó el señor de Rohan.<br />

—Sí, ¿qué hicisteis de él?<br />

—¿Yo? No sé nada, señora.<br />

—Veamos. Es una cosa muy sencilla. La señora de La Motte se llevó el collar, lo ha<br />

devuelto en mi nombre; los joyeros pretenden que no lo han recibido. Tengo un recibo<br />

que demuestra lo contrario; los joyeros dicen que el recibo es falso. La señora de La<br />

Motte podría explicarlo todo con una palabra... pero no se la encuentra. Pues bien,<br />

dejadme hacer suposiciones en lugar de comentar los hechos oscuros. La señora de La<br />

Motte ha querido devolver el collar. Vos; que habéis tenido siempre la manía, guiado<br />

por un espíritu benévolo sin duda, de que yo comprase el collar, vos que me hicisteis<br />

llegar el ofrecimiento de pagar en mi nombre, ofrecimiento...<br />

—.. .que Vuestra Majestad rechazó muy duramente— se apresuró a decir el cardenal<br />

suspirando.<br />

—Bien. Vos habéis perseverado en esta idea fija de que yo continuase en posesión del<br />

collar y no lo habréis devuelto a los joyeros para hacer que yo lo adquiriese en cualquier<br />

otra ocasión. La señora de La Motte ha sido débil; ella conocía mis repugnancias, la<br />

imposibilidad en que me hallaba de pagar y la resolución inquebrantable que había<br />

tomado de no tener el collar sin el dinero; ella ha conspirado con vos, llevada de su celo<br />

hacia mí, y hoy teme mi enojo y no se presenta. ¿Es esto? ¿He reconstruido los hechos<br />

en medio de esta oscuridad?, decidme que sí. Dejadme que os reproche esta ligereza,<br />

esta desobediencia a mis órdenes formales. Pagaréis con una reprimenda y todo habrá<br />

terminado. Hago más: os prometo el perdón de la señora de La Motte y que salga de su<br />

escondite. Pero, ¡por favor!, claridad, claridad, caballero; yo no quiero que en este<br />

momento se proyecte una sombra sobre mi vida. ¡No lo quiero! ¿Lo entendéis?<br />

La reina había pronunciado estas palabras con tal vivacidad y las había acentuado con<br />

tanta firmeza, que el cardenal no se había atrevido a interrumpirla, pero tan pronto como<br />

hubo acabado, se apresuró a decir:<br />

—Señora, voy a responder a todas esas suposiciones. No, yo no he perseverado en la<br />

idea de que vos debíais tener el collar, porque yo creía que el collar estaba en vuestras<br />

manos. Yo no me he puesto de acuerdo para nada con la señora de La Motte a propósito<br />

del collar. Yo no lo tengo tampoco, como no lo tienen los joyeros y como vos negáis<br />

tenerlo.<br />

—¿Es posible?— dijo la reina estupefacta—. ¿No tenéis el collar?<br />

—No, señora.<br />

—¿No aconsejasteis a la señora de La Motte que se mantuviera al margen de esto?<br />

—No, señora.<br />

—¿No la escondéis?<br />

—No, señora.<br />

—¿Ni sabéis tampoco dónde está?<br />

.—Lo mismo que vos, señora.<br />

—Pero entonces, ¿cómo os explicáis todo lo que está ocurriendo?<br />

—Señora, me veo obligado a confesar que no me lo explico. Pero además no es la<br />

primera vez que me quejo ante la reina de no ser comprendido por ella.<br />

—¿Cuándo ha ocurrido esto otra vez, caballero? Yo no me acuerdo.<br />

—Sed bondadosa, señora—dijo el cardenal—, y leed con el pensamiento mis cartas.<br />

—¿Vuestras cartas?— repitió la reina sorprendida—. ¿Vos me habéis escrito?<br />

—Demasiado poco para lo que guardaba dentro del corazón.<br />

La reina se levantó.

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