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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Es qué?...— repitió la reina.<br />

—¿No vendrá el rey?<br />

—No tengáis miedo ni del rey ni de nadie— replicó con viveza la reina.<br />

—¡Oh! Es de vos de quien tengo miedo— expresó el cardenal con voz conmovida.<br />

—Entonces, razón de más; yo no soy temible; hablad con pocas palabras y en alta e<br />

inteligible voz. Me gusta la claridad y si andáis con rodeos creeré que no sois un<br />

hombre honorable. Nada de gestos; me han dicho que teníais agravios contra mí.<br />

¡Hablad; me gusta la guerra y llevo en mis venas sangre que no teme a nada! ¡Vos<br />

también, ya lo sé! ¿Qué tenéis que reprocharme?<br />

El cardenal suspiró y levantóse como para aspirar más ampliamente el aire de la<br />

habitación. Al fin, dueño de sí mismo, se dispuso a hablar.<br />

CAPITULO LXXVII<br />

EXPLICACIONES<br />

Como hemos dicho, la reina y el cardenal se hallaban cara a cara. Charny, desde el<br />

gabinete, podía oír hasta las menores palabras de los interlocutores, y las explicaciones<br />

tan impacientemente esperadas.<br />

—Señora— dijo el cardenal inclinándose—, ¿sabéis lo que pasa a propósito de nuestro<br />

collar?<br />

—No, caballero, no lo sé y tengo deseos de que me lo comuniquéis.<br />

—¿Por qué me condena Vuestra Majestad desde hace tanto tiempo a servirme de un<br />

intermediario para comunicarme con ella? ¿Por qué si tenéis algún motivo de odio no<br />

me lo explicáis personalmente?<br />

—No os comprendo, señor cardenal. No tengo ningún motivo para odiaros, pero éste no<br />

es, según creo, el motivo de nuestra conversación. Hacedme el favor de informarme de<br />

una manera precisa de lo relativo a ese desgraciado collar. Ante todo, ¿dónde está la<br />

señora de La Motte?<br />

—La misma pregunta iba a formular a Vuestra Majestad.<br />

—Perdonadme; si alguien puede saber dónde está la señora de La Motte sois vos.<br />

—¿Yo, señora? ¿Y a título de qué?<br />

—¡Oh! No estoy aquí para recibir vuestras confesiones, señor cardenal; tengo necesidad<br />

de hablar con la señora de La Motte; la he mandado llamar, la han ido a buscar a su casa<br />

diez veces y nadie responde. No dejaréis de reconocer que esta desaparición es extraña.<br />

—Yo también, señora, me asombro de ella, porque he rogado a la señora de La Motte<br />

que viniese a verme y no he obtenido mejor resultado que Vuestra Majestad.<br />

—Entonces dejemos a la condesa y hablemos de nosotros.<br />

—¡Oh! No, señora, hablemos de ella primero, porque ciertas palabras de Vuestra<br />

Majestad me han dejado en una dolorosa sospecha. Me ha parecido que reprochabais<br />

mis asiduidades cerca de la condesa.<br />

—Todavía no os he reprochado nada, caballero, pero aguardad.<br />

—¡Oh, señora, es que una parecida sospecha me explicaría todas las susceptibilidades<br />

de vuestra alma y entonces comprendería, aun con toda mi desesperación, el rigor hasta<br />

aquí inexplicable de que habéis usado para conmigo!<br />

—He aquí dónde dejamos de comprendernos. Habláis con una oscuridad impenetrable y<br />

no os pedí explicaciones para que embarulléis más las cosas. ¡Expresaos claramente!<br />

—Señora— exclamó el cardenal juntando sus manos y acercándose a la reina—,<br />

hacedme el favor de no cambiar de conversación; dos palabras más a propósito de lo<br />

que hablamos hace poco y nos hubiésemos entendido.

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