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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿El del señor Boehmer?<br />

—El mismo, sire.<br />

—¿El que la reina rechazó?<br />

—Precisamente.<br />

—Esta negativa me ha valido un hermoso buque, el Suffren— dijo, el rey frotándose las<br />

manos.<br />

—Pues bien, Majestad— dijo el barón de Breteuil, insensible a todo el daño que iba a<br />

hacer—, ese collar ha sido robado.<br />

—Tanto peor. Era muy caro, pero los diamantes pueden ser identificados. Separarlos<br />

sería perder el fruto del robo. Se dejará el collar entero y la policía lo encontrará.<br />

—Sire— contestó el barón de Breteuil—, no se trata de un robo ordinario. Circulan<br />

muchos rumores.<br />

—¡Rumores! ¿Qué queréis decir?<br />

—Se pretende, señor, que la reina ha guardado ese collar.<br />

—¡Cómo! ¿Guardado? En presencia mía no lo quiso y ni siquiera lo miró. Locuras,<br />

cosas absurdas, barón; la reina no ha guardado el collar.<br />

—Sire, no he utilizado la palabra adecuada; las calumnias son siempre tan ciegas a<br />

propósito de los soberanos, que la expresión es harto molesta para los oídos reales. La<br />

palabra guardado...<br />

—Bueno, señor Breteuil— dijo el rey sonriendo—, ¿supongo que no se dirá que la reina<br />

lo ha robado?...<br />

—Majestad— respondió el señor de Breteuil con viveza—, se dice que la reina volvió a<br />

adquirirlo después de habéroslo rechazado; se dice, y no tengo necesidad de repetir aquí<br />

hasta qué punto mi respeto y mi devoción desprecian estas infames suposiciones, que<br />

los joyeros poseen un recibo de Su Majestad la reina para dar fe de que ella guarda el<br />

collar.<br />

El rey palideció.<br />

—¡Se dice esto!— repitió—.¡Qué no se dice! Pero, después de todo, esto no me<br />

asombra. La reina habrá comprado secretamente el collar y yo no la censuraré por esto.<br />

La reina es una mujer y el collar es una pieza rara y maravillosa. A Dios gracias, María<br />

Antonieta puede gastar un millón y medio para su tocado si lo desea. Yo lo aprobaré; no<br />

habrá hecho mal más que en una cosa: no decírmelo. Pero no es al rey al que le interesa<br />

mezclarse en este asunto, sino al marido. Este reñirá a la mujer si quiere o si puede. No<br />

reconozco a nadie el derecho a intervenir ni siquiera con una maledicencia.<br />

El barón se inclinó ante tan nobles y firmes palabras del rey. Pero Luis XVI no tenía<br />

más que la apariencia de la firmeza. Un momento después de haberla manifestado<br />

aparecía vacilante, inquieto...<br />

—Y puesto que habláis de robo... ¿no habíais dicho que era un robo?... Si lo ha habido,<br />

el collar no estaría en las manos de la reina. Sed lógico.<br />

—Vuestra Majestad me ha sorprendido con su cólera y no he podido concluir.<br />

—¡Mi cólera!... ¿Yo colérico?... ¡Barón, barón!...<br />

Y el buen rey se echó a reír.<br />

—Mirad, decídmelo todo, inclusive que la reina ha vendido el collar a los judíos.<br />

¡Desdichada, algunas veces tiene necesidad de dinero y yo no se lo doy siempre!<br />

—He aquí precisamente lo que iba a tener el honor de decir a Vuestra Majestad. La<br />

reina hizo pedir hace dos meses por mediación del señor de Calonne, quinientas mil<br />

libras y Vuestra Majestad se negó a firmar el crédito.<br />

—Es verdad.<br />

—Pues bien, sire, ese dinero, según se dice, debía servir para pagar la primera entrega<br />

de la compra del collar. La reina, al no tenerlo, no pagó.

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