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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Está firmado— dijo Boehmer vacilante.<br />

—¡María Antonieta de Francia!... ¡Estáis loco! ¿Soy yo de Francia? ¿No soy<br />

archiduquesa de Austria? ¿No es absurdo decir que yo haya escrito esto? Vamos, señor<br />

Boehmer, el lazo es demasiado burdo y debéis comunicarlo así a vuestros falsarios.<br />

—¡A mis falsarios!...— balbuceó el joyero, que estuvo a punto de desmayarse al oír<br />

estas palabras—. ¿Vuestra Majestad sospecha de mí, de Boehmer?<br />

—¿No sospecháis vos de mí, de María Antonieta?— dijo la reina con altivez.—<br />

—Pero esa carta...— insistió él indicando el papel que la reina tenía en sus manos.<br />

—¿Y ese recibo?— contestó ella mostrando el papel que él no había dejado todavía.<br />

Boehmer se vio obligado a apoyarse en un sillón; el entarimado bailaba bajo sus pies;<br />

aspiraba el aire a grandes bocanadas y el color purpúreo de la apoplejía había sustituido<br />

a la lívida palidez del desfallecimiento.<br />

—Devolvedme mi recibo— dijo la reina—; lo tengo por válido y vos quedaos con<br />

vuestra carta firmada por María Antonieta de Francia; cualquier juez os dirá el valor que<br />

tiene.<br />

Y tras haberle lanzado la esquela y haberle arrancado el recibo de las manos, le dio la<br />

espalda y pasó a una habitación vecina, abandonando a su suerte al desdichado.<br />

No obstante, después de algunos minutos, que le sirvieron para recuperarse, salió,<br />

aturdido, del gabinete y se dirigió al encuentro de Bossange, al que contó lo sucedido en<br />

tal forma que se hizo sospechoso para su propio asociado.<br />

Pero repitió tanto y con tal convicción lo ocurrido, que Bossange empezó por arrancarse<br />

la peluca, lo que para las personas que pasaban y que miraban hacia el carruaje, fue, a la<br />

vez, el más doloroso y cómico de los espectáculos.<br />

Sin embargo, como no era cosa de pasar el día entero dentro de la carroza,<br />

desesperándose, los dos joyeros pensaron que debían unirse para forzar si era posible, la<br />

puerta de la reina y obtener algo que se pareciese; a una explicación.<br />

Se encaminaron, pues, hacia el palacio con un aspecto que inspiraba lástima, cuando se<br />

encontraron con un oficial que iba a buscar a uno o al otro. Calcúlese la alegría de los<br />

infelices, y su prisa para obedecer.<br />

Los dos joyeros fueron introducidos sin tardanza.<br />

CAPÍTULO LXXIV<br />

REY, NO PUEDO; PRINCIPE, NO QUIERO; ROHAN, LO ACEPTO<br />

La reina parecía esperar impacientemente. Por eso, cuando divisó a los joyeros, dijo con<br />

viveza:<br />

—¡Ah! Ya tenemos aquí al señor Bossange; habéis acudido a buscar refuerzos,<br />

Boehmer; tanto mejor.<br />

El aludido no encontró nada que decir, pero pensaba muchas cosas. Lo que mejor<br />

cuadra en estas ocasiones, es proceder con ademanes; Boehmer se echó a los pies de<br />

María Antonieta.<br />

El ademán no podía ser más expresivo.<br />

Bossange lo imitó.<br />

—Caballeros, en este momento estoy tranquila y no me irritaré más. Se me ha ocurrido<br />

por otra parte una idea que modifica mi modo de pensar respecto a vosotros. No hay<br />

duda de que en este asunto somos víctimas de algún engaño misterioso..., que no es<br />

misterioso para mí.<br />

—¡Ah, señora!— exclamó Boehmer entusiasmado por las palabras de la reina—, ¿no<br />

sospecháis ya que nosotros hayamos...? ¡Oh, cómo cuesta pronunciar esa palabra:<br />

falsario!...

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