EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848 El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Permitid, señora, que llame para castigar a mis criados, suficientemente groseros para no acompañar a una dama de vuestra alcurnia. Juana tembló. Detuvo la mano del conde. —Forzosamente— dijo este último— debéis haber caído en manos de ese bribón suizo que es mi portero y que se embriaga. No os conocería. Habrá abierto la puerta sin decir nada y sin moverse; tal vez se durmió después de abriros. —No le riñáis, caballero— articuló Juana, que no sospechaba el lazo que le tendían—, os lo ruego. —¿Es él quien os ha abierto? —Me parece que sí... Pero me prometisteis no reñirle. —Y cumpliré mi palabra, condesa— dijo sonriendo—. Os ruego que habléis ahora. Una vez hallada esta salida, Juana, que no se creía objeto de sospecha alguna, podía mentir acerca del móvil de su visita. No desaprovechó la ocasión. —Venía a consultaros, conde— dijo muy de prisa—, sobre ciertos rumores que corren. —¿Qué rumores, condesa? —Os ruego que no me apuréis— suplicó con melindroso acento—; el paso que doy es tan delicado... "¡Busca! ¡Busca!— pensaba Cagliostro—; yo ya he encontrado", —¿Sois amigo de Su Eminencia el cardenal de Rohan?— interrogó Juana. "No está mal— se dijo Cagliostro—. Quiere llegar hasta el fin del hilo que tengo, pero no irá más lejos". —Estoy, ciertamente, en buena relación Su Eminencia, señora— contestó. —Venía a pediros me informarais sobre... —¿Sobre qué?— apremió Cagliostro con un cierto matiz de ironía. —Ya os he dicho que mi posición es delicada, caballero, y por ello no debéis abusar. Sabréis que el señor de Rohan me manifiesta algún aprecio y yo quisiera saber hasta qué punto puedo contar... En fin, caballero, se dice que vos leéis hasta lo más profundo de los corazones y del espíritu. —Ilustradme algo más, señora— respondió el conde—, para que yo pueda leer en las tinieblas de vuestro corazón y vuestra inteligencia. —Circulan rumores, caballero, de que Su Eminencia tiene amores con muy encumbrada dama. Hay quien afirma... "Al llegar a este punto Cagliostro dirigió a Juana una mirada centelleante que la hizo enmudecer. —Señora— dijo—, yo leo, efectivamente, en las tinieblas, pero para leer bien, necesito ser ayudado. Respondedme a las siguientes preguntas: "¿Cómo vinisteis a buscarme aquí si no vivo en esta casa?" Juana se estremeció. —¿En qué forma llegasteis hasta aquí? Porque no hay ni suizo ebrio, ni criados en esta parte del palacio. "Y si no era a mí, ¿a quién veníais a buscar? "No me respondéis, ¿verdad? Voy a hacerlo por vos: "Entrasteis aquí con una llave que veo en vuestro bolsillo. Ahí está. "Veníais a buscar a una joven, que, por pura bondad, yo escondía en mi casa". Juana se estremeció aterrada. —Y aun cuando... fuese así— respondió en voz baja—, ¿qué crimen habría cometido? ¿No está permitido a una mujer venir a ver a otra? Llamadla y os dirá si nuestra amistad no es confesable... —Señora— interrumpió Cagliostro—, me decís eso porque sabéis que no está aquí. —¿Que no está aquí?— exclamó espantada—. ¿No está aquí Olive?

—¡Ah!— dijo Cagliostro—. ¿Queréis convencerme de que lo ignoráis habiendo cooperado al rapto? —¿Al rapto? ¡Yo!— exclamó Juana abrigando cierta esperanza—- ¿Se la ha raptado y vos me acusáis? —Hago más, os lo probaré. —¡Probadlo!—dijo la condesa. Cagliostro tomó un papel que estaba encima de la mesa y se lo mostró. Era una esquela dirigida al conde. Decía: "Caballero y generoso protector: Perdonadme que os deje; pero yo amo al señor de Beausire sobre todo; viene a buscarme y yo le sigo. Adiós. Recibid la expresión de mi gratitud." —¡Beausire!— dijo Juana anonadada—. ¡Beausire!... ¡Pero él no sabía la dirección de Olive! —Sí, señora— contestó Cagliostro mostrándole un segundo papel que sacó de su bolsillo—; mirad, he recogido este papel en la escalera; habrá caído del bolsillo del señor de Beausire. La condesa, estremecida, leyó: "El señor de Beausire hallará a la señorita Olive en la calle de Saint-Claude, en la esquina del bulevar; la encontrará y la acompañará inmediatamente. Es una amiga sincera la que lo aconseja. Tiempo es ya de que cese la esclavitud de la infeliz". —¡Oh!— exclamó la condesa. —Y se la ha llevado— dijo fríamente Cagliostro. —Pero, ¿quién ha escrito esta esquela? —Según las apariencias, vos, la sincera amiga de Olive. —Pero, ¿cómo ha podido entrar hasta aquí?— exclamó Juana mirando con rabia a su impasible interlocutor. —¿Es que no se puede entrar con vuestra llave? —Notad que si la tengo yo, no la puede tener Beausire. —Cuando se dispone de una llave, se pueden tener dos—insistió Cagliostro mirándola de frente. —Vos poseéis pruebas convincentes— respondió lentamente la condesa—, en tanto que yo sólo tengo meras sospechas. —¡Oh! Yo también las tengo y más fundadas que las vuestras, señora. Y después de estas palabras el conde despidió a su interlocutora con un casi imperceptible ademán. Ella empezó a bajar; pero a lo largo de la antes desierta y sombría escalera, halló ahora veinte bujías y veinte lacayos espaciados, ante los que Cagliostro exclamó en voz alta y por dos veces: "¡La señora condesa de La Motte!" Como un basilisco que lanza fuego y veneno, salió Juana jurando venganza. CAPITULO LXXIII LA CARTA Y EL RECIBO El día que siguió a aquel en que ocurrieron los acontecimientos relatados era el último del plazo fijado por la misma reina a los joyeros Boehmer y Bossange. Como la carta de Su Majestad les recomendaba circunspección, esperaban que alguien, portador de las quinientas mil libras, se presentara en su establecimiento. Y en previsión de esto, prepararon entusiasmados un recibo, que resultó un documento inútil pues nadie fue a retirarlo.

—Permitid, señora, que llame para castigar a mis criados, suficientemente groseros para<br />

no acompañar a una dama de vuestra alcurnia.<br />

Juana tembló. Detuvo la mano del conde.<br />

—Forzosamente— dijo este último— debéis haber caído en manos de ese bribón suizo<br />

que es mi portero y que se embriaga. No os conocería. Habrá abierto la puerta sin decir<br />

nada y sin moverse; tal vez se durmió después de abriros.<br />

—No le riñáis, caballero— articuló Juana, que no sospechaba el lazo que le tendían—,<br />

os lo ruego.<br />

—¿Es él quien os ha abierto?<br />

—Me parece que sí... Pero me prometisteis no reñirle.<br />

—Y cumpliré mi palabra, condesa— dijo sonriendo—. Os ruego que habléis ahora.<br />

Una vez hallada esta salida, Juana, que no se creía objeto de sospecha alguna, podía<br />

mentir acerca del móvil de su visita. No desaprovechó la ocasión.<br />

—Venía a consultaros, conde— dijo muy de prisa—, sobre ciertos rumores que corren.<br />

—¿Qué rumores, condesa?<br />

—Os ruego que no me apuréis— suplicó con melindroso acento—; el paso que doy es<br />

tan delicado...<br />

"¡Busca! ¡Busca!— pensaba Cagliostro—; yo ya he encontrado",<br />

—¿Sois amigo de Su Eminencia el cardenal de Rohan?— interrogó Juana.<br />

"No está mal— se dijo Cagliostro—. Quiere llegar hasta el fin del hilo que tengo, pero<br />

no irá más lejos".<br />

—Estoy, ciertamente, en buena relación Su Eminencia, señora— contestó.<br />

—Venía a pediros me informarais sobre...<br />

—¿Sobre qué?— apremió Cagliostro con un cierto matiz de ironía.<br />

—Ya os he dicho que mi posición es delicada, caballero, y por ello no debéis abusar.<br />

Sabréis que el señor de Rohan me manifiesta algún aprecio y yo quisiera saber hasta qué<br />

punto puedo contar... En fin, caballero, se dice que vos leéis hasta lo más profundo de<br />

los corazones y del espíritu.<br />

—Ilustradme algo más, señora— respondió el conde—, para que yo pueda leer en las<br />

tinieblas de vuestro corazón y vuestra inteligencia.<br />

—Circulan rumores, caballero, de que Su Eminencia tiene amores con muy encumbrada<br />

dama. Hay quien afirma...<br />

"Al llegar a este punto Cagliostro dirigió a Juana una mirada centelleante que la hizo<br />

enmudecer.<br />

—Señora— dijo—, yo leo, efectivamente, en las tinieblas, pero para leer bien, necesito<br />

ser ayudado. Respondedme a las siguientes preguntas: "¿Cómo vinisteis a buscarme<br />

aquí si no vivo en esta casa?"<br />

Juana se estremeció.<br />

—¿En qué forma llegasteis hasta aquí? Porque no hay ni suizo ebrio, ni criados en esta<br />

parte del palacio.<br />

"Y si no era a mí, ¿a quién veníais a buscar?<br />

"No me respondéis, ¿verdad? Voy a hacerlo por vos:<br />

"Entrasteis aquí con una llave que veo en vuestro bolsillo. Ahí está.<br />

"Veníais a buscar a una joven, que, por pura bondad, yo escondía en mi casa".<br />

Juana se estremeció aterrada.<br />

—Y aun cuando... fuese así— respondió en voz baja—, ¿qué crimen habría cometido?<br />

¿No está permitido a una mujer venir a ver a otra? Llamadla y os dirá si nuestra amistad<br />

no es confesable...<br />

—Señora— interrumpió Cagliostro—, me decís eso porque sabéis que no está aquí.<br />

—¿Que no está aquí?— exclamó espantada—. ¿No está aquí Olive?

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