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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Cortinas corridas, ventanas cerradas, luz que sólo aparecía de tanto en tanto. Después<br />

ruidos misteriosos, rozamientos cuya naturaleza no podía adivinarse y una agitación<br />

rara, a la que sucedió un silencio absoluto.<br />

Daban las once de la noche en Saint-Paul y el viento del río traía las campanadas hasta<br />

la calle de Saint-Claude, cuando Juana llegó a la calle de Saint-Louis con un carruaje de<br />

posta tirado por tres caballos.<br />

En el pescante del coche, un hombre envuelto en una manta indicaba la dirección al<br />

postillón.<br />

Juana tiró del extremo de la manta de este hombre e hizo que se detuviese en la esquina<br />

de la calle del Roí - Doré.<br />

El hombre volvióse para hablar con su dueña.<br />

—Que se quede aquí el carruaje, querido señor Reteau— ordenó Juana—; una media<br />

hora bastará. Traeré a alguien que subirá en la carroza y a quien haréis conducir a mi<br />

pequeña casa de Amiens pagando dobles guías.<br />

—Sí, señora condesa.<br />

—Una vez allí acompañaréis a esta persona a la residencia de mi colono Fontaine, que<br />

ya sabe lo que tiene, que hacer.<br />

—Perfectamente.<br />

—Me olvidaba..., ¿vais armado, mi querido Reteau?<br />

—Sí, señora.<br />

—Esta dama ha sido amenazada por un loco... Tal vez quiera detenerla en el camino...<br />

—¿Qué debo hacer?<br />

—Dispararéis contra el que pretenda estorbaros el paso.<br />

—Descuidad.<br />

—Me habíais pedido veinte luises de gratificación; os daré cien y pagaré vuestro viaje a<br />

Londres, donde me esperaréis antes de tres meses.<br />

—Muy bien, señora.<br />

—Aquí están los cien luises. Sin duda ya no os veré más porque es prudente que<br />

alcancéis Saint-Valery y os embarquéis inmediatamente para Inglaterra.<br />

—Contad conmigo.<br />

—Es en favor vuestro.<br />

—En el de los dos— rectificó Reteau besando la mano de la condesa—. Os esperaré.<br />

—Voy a traer a la dama.<br />

Reteau ocupó en el vehículo el lugar de Juana, quien, con paso ligero, llegó a la calle de<br />

Saint-Claude y subió a su casa.<br />

Todo dormía en este barrio tranquilo. La propia Juana encendió la bujía que, levantada<br />

en el balcón, tenía que ser la señal para que bajase Olive.<br />

"Toma todas las precauciones", se dijo la condesa al ver la ventana oscura.<br />

Juana levantó y bajó tres veces su bujía.<br />

Nada. Le pareció oír como un suspiro o un sí lanzado imperceptiblemente en el aire bajo<br />

el follaje de la ventana.<br />

"Bajará sin encender la luz— pensó Juana—; no está mal".<br />

Y a su vez bajó a la calle.<br />

La puerta no se abría. Supuso Juana que Olive estaría molesta con algunos paquetes<br />

pesados que embarazarían sus movimientos.<br />

"¡Cómo pierde esta tonta el tiempo por cuatro trapos!", murmuró la condesa.<br />

No venía nadie. Se dirigió hasta la puerta de enfrente.<br />

Nada. Escuchó acercando el oído a los clavos de ancha cabeza que había en la puerta.<br />

Así pasó un cuarto de hora; dieron las once y media.<br />

Caminó Juana en dirección al bulevar para ver si las ventanas estaban iluminadas.

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