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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Yo tengo en Picardía, en un rincón, una granja. Si se pudiese llegar a ese refugio<br />

antes de que se produzca el escándalo, tal vez nos quedaría una probabilidad.<br />

—Pero si este loco os conoce, siempre sabrá encontraros.<br />

—¡Oh! Una vez que vos os hubieseis ido y escondido, cuando no os hallasen, no le<br />

temería al loco. Yo diría: "Sois un insensato al decir cosas semejantes; probadlas", lo<br />

cual sería imposible; y en voz baja agregaría: "¡Sois un cobarde!"<br />

—Me marcharé cuando y como queráis— decidió Olive.<br />

—Me parece que es lo prudente — contestó Juana.<br />

—¿Es necesario marcharse en seguida?<br />

—No, esperad a que yo tenga preparadas todas mis cosas para evitar contratiempos.<br />

Escondeos y no os mostréis ni siquiera a mí. Disfrazaos ante vuestro espejo.<br />

—Sí, sí, contad conmigo, querida amiga.<br />

—Y para empezar, volvamos; ya no tenemos nada más que decirnos.<br />

—Volvamos. ¿Cuánto tiempo necesitáis para vuestros preparativos?<br />

—No lo sé; pero tened presente una cosa; de aquí al día de la partida, yo no apareceré<br />

ante vos en la ventana. Si me veis en ella, pensad que la partida es aquel día y estad<br />

dispuesta.<br />

—Perfectamente, amiga mía. Muchas gracias.<br />

Volvieron lentamente hacia la calle de Saint-Claude. Olive no se atrevía a hablar a<br />

Juana y ésta estaba demasiado abstraída para pensar en hablar a Olive.<br />

Al llegar, se abrazaron; Olive pidió humildemente perdón por todos los sinsabores que<br />

le había causado.<br />

—Soy mujer— contestó la señora de La Motte parodiando al poeta latino— y disculpo<br />

toda debilidad femenina.<br />

CAPITULO LXXII<br />

<strong>LA</strong> HUIDA<br />

Olive cumplió lo prometido.<br />

Juana hizo otro tanto.<br />

A partir del día siguiente, Nicolasa había pasado desapercibida para todo el mundo y<br />

nadie podía sospechar que vivía en la calle de Saint-Claude.<br />

Juana, por su parte, lo preparaba todo sabiendo que el día siguiente debía coincidir con<br />

el vencimiento del primer pago de quinientas mil libras.<br />

Este momento terrible era el último blanco de sus observaciones.<br />

Había calculado sabiamente la alternativa de una huida, cosa fácil, pero que constituía<br />

una acusación irrebatible.<br />

Quedarse inmóvil como el duelista que aguarda los golpes de su adversario, con la<br />

probabilidad de caer, pero también con la de matar a su enemigo: tal fue la resolución<br />

que adoptó la condesa.<br />

He aquí por qué, al día siguiente de su entrevista con Olive, apareció a las dos en su<br />

ventana para dar a entender a la falsa reina que aquella noche debía estar preparada para<br />

marcharse.<br />

Explicar la alegría y el miedo de Olive sería algo imposible. La necesidad de huir<br />

significaba la existencia de un peligro y la posibilidad de la salvación.<br />

Envió un expresivo beso a Juana y se aprestó a hacer sus preparativos.<br />

Juana, después de hecha la señal, desapareció de su casa para buscar la carroza en la<br />

cual partiría la señorita Nicolasa.<br />

Y esto fue todo. Nada hubiera podido sospechar el más curioso observador en aquella<br />

pantomima.

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