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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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temeraria valentía con que revelaba sus sentimientos y que sus enemigos llamaban<br />

impudor, pronunció en voz alta estas palabras:<br />

—Pedid lo que queráis, caballeros, pedid, hoy no sabría negaros nada.<br />

Charny se sintió conmovido hasta lo más hondo de su corazón por el acento y por el<br />

sentido de estas mágicas palabras. Estremecióse de placer, agradeciendo el gesto de la<br />

reina.<br />

De pronto, ésta se vio apartada de su dulce pero peligrosa contemplación, por el ruido<br />

de unos pasos y por el sonido de una voz extraña.<br />

Los pasos se oían resonar en las losas, hacia la izquierda; la voz, conmovida, pero<br />

grave, decía:<br />

—¡Señora!...<br />

La reina divisó a Felipe; no pudo reprimir un primer gesto de sorpresa al verse colocada<br />

entre los dos hombres respecto a los cuales se reprochaba amar demasiado a uno y no<br />

bastante al otro.<br />

—¡Vos! ¡Señor de Taverney!— exclamó reponiéndose—. ¿Tenéis algo que pedirme?<br />

Hablad.<br />

—Solicito diez minutos de audiencia a la elección de Vuestra Majestad— respondió<br />

Felipe inclinándose sin que se alterase la palidez de su semblante.<br />

—Al momento, caballero— concedió la reina dirigiendo una furtiva mirada a Charny,<br />

como si temiera que se hallase demasiado cerca de su antiguo adversario—. Seguidme.<br />

Apresuró el paso María Antonieta cuando oyó el de Felipe tras el suyo y hubo dejado a<br />

Charny en su lugar.<br />

Sin embargo, continuó recogiendo cartas, súplicas, memoriales, dio algunas órdenes y<br />

entró en sus habitaciones.<br />

Un cuarto de hora después Felipe era introducido en la biblioteca, donde Su Majestad<br />

recibía los domingos.<br />

—Entrad, señor de Taverney— dijo adoptando un tono alegre—, entrad y ponedme en<br />

seguida buena cara. Os tengo que confesar que siento una cierta inquietud cada vez que<br />

un Taverney desea hablarme. Vuestra familia es de mal augurio. Tranquilizadme en<br />

seguida, caballero, diciéndome que no venís a comunicarme ninguna desgracia.<br />

Felipe, más pálido aun después de este preámbulo que cuando la escena con Charny, se<br />

limitó a contestar, al ver el poco afecto que la reina ponía en sus palabras:<br />

—Señora, tengo el honor de afirmar a Vuestra Majestad que por esta vez le traigo una<br />

buena noticia.<br />

—¡Ah! ¿Es una noticia?<br />

—¡Ay! Sí, Majestad.<br />

—¡Dios mío!— comentó ella, de nuevo con el tono alegre que hacía a Felipe tan<br />

desgraciado—. Habéis dicho ¡ay! "¡Qué pobre soy!"— diría un español. El señor de<br />

Taverney dice: ¡ay!<br />

—Señora— dijo gravemente Felipe—: dos palabras tranquilizarán tan plenamente a<br />

Vuestra Majestad, que no solamente su noble frente no se velará hoy porque un<br />

Taverney pida audiencia, sino que jamás se velará por culpa de un Taverney Maison-<br />

Rouge. A partir de hoy, señora, el último de esta familia a quien Vuestra Majestad se<br />

había dignado conceder algún favor, va a desaparecer de la corte de Francia para<br />

siempre.<br />

La reina, dejando de pronto el tono alegre que había adoptado como recurso para<br />

defenderse contra las emociones que presumía surgirían de la entrevista, exclamó:<br />

—¿Partís?<br />

—Sí, Majestad.<br />

—¡Vos... también!

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