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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—No me hubiese atrevido a creer que os vería, señora— dijo Charny con acento de<br />

apasionada gratitud.<br />

Ella le interrumpió.<br />

—No permanezcamos aquí. Hay luna. ¿Lleváis vuestra espada?<br />

—Sí.<br />

—Bien... ¿Por dónde decís que entraron las personas que visteis?.<br />

—Por esta puerta.<br />

—¿A qué hora?<br />

—Siempre a medianoche.<br />

—No existe ningún motivo para que esta noche no vengan. ¿Hablasteis a alguien de<br />

esto?<br />

—A nadie.<br />

—Entremos en los setos y esperemos.<br />

—¡Majestad!...<br />

La reina pasó delante y con caminar bastante rápido recorrió un trecho en sentido<br />

diagonal.<br />

—Ya comprenderéis— dijo de pronto adelantándose al pensamiento de Charny— que<br />

no me he divertido contando este asunto al jefe de policía. Desde que me quejé, el señor<br />

de Crosne debió aclarar el enredo. Si la mujer que usurpa mi nombre después de haber<br />

utilizado su parecido conmigo, no ha sido detenida, si este misterio no ha sido<br />

descifrado, debéis suponer que se debe a dos motivos: o a la incapacidad del señor de<br />

Crosne— que no significa nada— o a su connivencia con mis enemigos. Y me parece<br />

difícil que en mi casa, en mi parque, se permita alguien la innoble pantomima que me<br />

habéis hecho conocer, sin estar seguro de un apoyo directo o de una tácita complicidad.<br />

He aquí por qué las personas que se han hecho culpables me parecen lo suficiente<br />

peligrosas para que sea yo misma quien las desenmascare. ¿Qué pensáis sobre esto?<br />

—Pido a Vuestra Majestad autorización para no tener que expresarme. Estoy<br />

desesperado. No tengo ya sospechas sino temores.<br />

—Al menos vos sois una persona honrada— dijo con viveza la reina—; sabéis decir las<br />

cosas cara a cara. Es un mérito que a veces puede herir a los inocentes cuando a<br />

propósito de ellos se hacen falsas suposiciones, pero una herida se cura.<br />

—Señora, son ya las once; estoy temblando.<br />

—Aseguraos de que no hay nadie por aquí— rogó la reina para alejar a su compañero.<br />

Charny obedeció. Recorrió los setos hasta los muros.<br />

—Nadie— informó al volver.<br />

—¿Dónde se desarrolló la escena que me contasteis?<br />

—Señora, en el instante mismo en que volvía de mi recorrida he recibido en mi corazón<br />

una impresión terrible. Os he visto en el mismo lugar en que, las noches últimas, vi a<br />

la... falsa reina de Francia.<br />

—¡Aquí!— exclamó la reina alejándose con desagrado del lugar en que se encontraba.<br />

—Bajo ese castaño, sí, señora.<br />

—Pues entonces, caballero— dijo María Antonieta—, no nos quedemos aquí, porque si<br />

han venido, volverán.<br />

Charny siguió a la reina por otra alameda. Su corazón latía tan fuerte, que temía no<br />

poder oír el ruido de la puerta cuando se abriese.<br />

Ella, silenciosa y altiva, esperaba que la prueba viviente de su inocencia no tardase en<br />

aparecer.<br />

Dieron las doce. La puerta no se abrió.<br />

Transcurrió media hora durante la cual María Antonieta preguntó diez veces a Charny si<br />

los impostores habían sido exactos en las citas anteriores.

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