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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Se detuvo, como hemos dicho, en el mismo lugar en que desde hacía tres días el señor<br />

de Rohan parábase con su caballo. El suelo, en aquel sitio, estaba pisoteado por las<br />

herraduras, y los arbustos presentaban señales de haber sido mordidos en el espacio que<br />

rodeaba el tronco de roble al que había atado el caballo. El jinete echó pie a tierra.<br />

—He aquí un lugar bien devastado— dijo.<br />

Y se acercó a la pared.<br />

—Aquí hay señales de un escalo y una puerta recientemente abierta. Era realmente lo<br />

que yo había pensado. No en vano hice la guerra a los indios; conozco el paso de los<br />

caballos y de los hombres. Hace quince días que el señor de Charny ha vuelto y durante<br />

este tiempo no ha aparecido. He aquí la puerta que utilizó para entrar en Versalles.<br />

Y al decir estas palabras, el caballero suspiró dolorosamente, como si el alma se le fuera<br />

en el suspiro.<br />

—Dejemos al prójimo su felicidad— murmuró al tiempo que contemplaba las huellas<br />

sobre el césped y en la pared. Lo que Dios concede a los unos, lo niega a los otros. No<br />

en balde creó a los felices y a los desgraciados. ¡Bendita sea, pues, su voluntad! No<br />

obstante, me haría falta una prueba. ¿A qué precio y por qué medio conseguirla? ¡Oh!<br />

Nada más sencillo. Tras los brezos, por la noche, un hombre no puede ser descubierto y<br />

desde su escondrijo, verá a los que llegan. Esta noche yo estaré tras los brezos.<br />

El caballero recogió las riendas, montó lentamente y sin apresurar el paso de su caballo,<br />

desapareció tras el recodo que formaba la pared.<br />

Por lo que se refiere a Charny, obediente a las órdenes de la reina, se había encerrado en<br />

sus habitaciones esperando la llegada del mensaje.<br />

Llegó la noche y no vino nadie. El joven, en lugar de espiar tras la ventana del pabellón<br />

que daba al parque, miraba desde la habitación hacia la ventana que daba a la calle. La<br />

reina le había dicho: "En la puerta de la casa del montero". Pero ventana y puerta eran<br />

una misma cosa en el piso bajo. Lo interesante era ver todo lo que ocurría.<br />

Aguardaba en la negra noche, esperando de un momento a otro oír el galope de un<br />

caballo o el paso apresurado de un mensajero.<br />

Dieron las diez y media. Nada. La reina se había burlado de Charny. Había hecho una<br />

concesión ante la primera impresión de la sorpresa.<br />

Avergonzada, había prometido lo que no podía cumplir y, lo que es peor, había hecho<br />

esa promesa sabiendo que no podía cumplirla.<br />

Charny, con la rápida facilidad para la sospecha que caracteriza a las personas<br />

apasionadas en el amor, se reprochaba ya el haber sido tan crédulo.<br />

—¿Cómo habiendo visto, he podido creer en los embustes y sacrificar mi convicción y<br />

mi certeza a una estúpida esperanza?— murmuró.<br />

Y se aferraba a este funesto pensamiento, cuando el ruido de un puñado de arena,<br />

lanzado contra los cristales de la otra ventana atrajo su atención y le hizo correr hacia el<br />

lado del parque.<br />

Bajo una ancha capa negra, vio entonces, en el soto del parque, una cabeza de mujer que<br />

levantaba hacia él su rostro pálido e inquieto.<br />

No pudo contener un grito de alegría y pena al mismo tiempo. ¡La mujer que le<br />

esperaba y, que le llamaba, era la reina!<br />

De un salto pasó a través de la ventana y vino a caer cerca de María Antonieta.<br />

—¡Ah! ¿Estáis aquí ya, caballero? ¿Qué estabais haciendo?<br />

—¡Vos! ¡Vos, señora!... ¿Es posible?— replicó Charny prosternándose.<br />

—¿No me esperabais entonces?<br />

—Os esperaba por el lado de la calle, señora.<br />

—¿Podía venir por la calle siendo tan sencillo hacerlo por el parque?

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