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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Vecino —decía el que no miraba al que miraba—, ¿qué veis vos en la casa del conde<br />

de Bálsamo?<br />

—Vecino —respondía el que miraba al que no miraba—, veo la rata.<br />

—¡Ah...! ¿Queréis permitirme?<br />

Y el segundo curioso se instalaba, a su vez, en el agujero de la cerradura.<br />

—¿La veis? —decía el vecino desposeído al vecino en posesión del agujero de la<br />

cerradura.<br />

—Sí —respondía éste—, la veo. Monsieur, ha engordado.<br />

—¿Lo creéis?<br />

—Sí, estoy seguro.<br />

—Claro, como nada la molesta.<br />

—Y seguro que, como se suele decir, habrán quedado buenos mendrugos en la casa.<br />

—¿Buenos mendrugos, decís?<br />

—¡Por la virgen! Monsieur de Bálsamo ha desaparecido demasiado pronto para no<br />

haber olvidado alguna cosa.<br />

—Vecino, cuando una casa arde a medias, ¿qué creéis que se olvida allí?<br />

—En efecto, vecino; podríais tener razón.<br />

Y después de una nueva mirada a la rata se separaban, espantados de haber dicho tanto<br />

sobre una materia tan misteriosa y tan delicada.<br />

En efecto, después del incendio de esta casa, o más bien de una parte de la casa,<br />

Bálsamo había desaparecido, ninguna reparación se hizo y el palacio quedó<br />

abandonado.<br />

Este viejo palacio, cerca del cual hemos querido pasar sin detenernos, como delante de<br />

un viejo conocido, lo dejamos destacar sombrío y húmedo en la noche, con sus terrazas<br />

llenas de nieve y su techo medio destruido por las llamas; después cruzaremos la calle<br />

de izquierda a derecha para mirar un pequeño jardín cerrado por un gran muro, una casa<br />

estrecha y alta, parecida a una larga torre blanca sobre el fondo azul y gris del cielo.<br />

En efecto, en esta casa se eleva una chimenea como un pararrayos, y al final de la<br />

misma centellea una estrella.<br />

El último piso de la casa se pierde en las sombras, sin un rayo de luz que ilumine<br />

ninguna de las tres ventanas de la fachada.<br />

Los otros pisos son tétricos y sombríos. ¿Sus habitantes duermen ya? ¿Economizan bajo<br />

sus cobertores la lumbre tan cara y la madera tan rara este año? Los cuatro pisos no dan<br />

nunca señal de vida, mientras que el quinto no sólo vive, sino que resplandece con cierta<br />

ostentación.<br />

Llamemos a la puerta, subamos esta escalera sombría que termina en ese quinto piso<br />

adonde nosotros queremos ir. Una simple escalera de mano apoyada contra el muro<br />

conduce al piso superior.<br />

Hay una cornamenta de ciervo fija en el dintel, y una estera de paja y un perchero de<br />

madera adornan la escalera.<br />

Por la primera puerta penetramos en una cámara oscura y desnuda, la única cuya<br />

ventana no está iluminada. Nos detenemos un momento en esta pieza que sirve de<br />

antecámara, pues el mueblaje y los detalles llaman nuestra atención.<br />

Baldosas en lugar de entarimado, puertas toscamente pintadas, tres sillones de madera<br />

blanca guarnecidos de terciopelo amarillo, un viejo sofá cuyos cojines están casi vacíos<br />

a causa de los años.<br />

Las arrugas y la flacidez son lo más destacable de un viejo y descolorido sillón: de<br />

joven, era muelle y orondo, en su vejez irrita a su huésped en vez de brindarle descanso,<br />

y cuando éste, vencido por la fatiga, intenta acomodarse en él, cruje.

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