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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Tengo la valentía de los animales. Nada temo mientras no hay peligro.<br />

—Yo en cambio tengo el valor de mi casta. No soy feliz sino en presencia del peligro.<br />

—Muy bien, pero en tal caso, permitidme que os diga...<br />

—Nada, condesa, nada— exclamó el enamorado cardenal—; el sacrificio está hecho y<br />

la suerte echada. Vendrá tal vez la muerte, pero también el amor ¡Volveré a Versalles!<br />

—¿Solo?— dijo la condesa.<br />

—¿Seríais capaz de abandonarme?— interrogó el señor de Rohan en tono de reproche.<br />

—Desde luego.<br />

—Pero ella irá.<br />

—Os equivocáis.<br />

—¿Vinisteis tal vez a anunciarme esto de su parte?— dijo temblando el cardenal.<br />

—Era el golpe que estaba tratando de atenuar desde hace media hora.<br />

—¿No quiere verme?<br />

—Nunca más y he sido yo quien se lo ha aconsejado.<br />

—Señora— se dolió el prelado—, es una crueldad hundir el puñal en un corazón que<br />

sabéis que ama.<br />

—Sería peor para mí, monseñor, que se perdiesen dos locos por falta de un buen<br />

consejo. Lo doy y que lo aproveche quien quiera.<br />

—Condesa, es preferible morir.<br />

—Eso es cosa vuestra y no difícil.<br />

—Morir por morir— murmuró el cardenal con voz sombría—, prefiero el fin del<br />

réprobo. Bendito sea el infierno, en donde encontraré a mi cómplice.<br />

—¡Santo prelado, estáis blasfemando!— escandalizóse la condesa—. ¡Súbdito,<br />

destronáis a vuestra reina! ¡Hombre, perdéis a una mujer!<br />

El cardenal cogió a la condesa por la mano y arrastrado por el delirio, exclamó:<br />

—Confesad que ella no os ha dicho esto y que no me abandonará así.<br />

—Os hablo en su nombre.<br />

—Es un aplazamiento lo que ella pide.<br />

—Consideradlo como queráis, mas cumplid su orden.<br />

—El parque no es el único lugar donde las personas pueden verse..., hay lugares más<br />

seguros... La reina estuvo una vez en vuestra casa, Condesa...<br />

—Monseñor, no añadáis una palabra más; llevo conmigo un peso mortal: el de vuestro<br />

secreto. No me siento animada a llevarlo durante mucho tiempo. Lo que vuestras<br />

indiscreciones, el azar o la malevolencia de un enemigo no podrán conseguir, lo harán<br />

los remordimientos. Mirad, la creo capaz, en un momento de desesperación, de<br />

confesárselo todo al rey.<br />

—¡Dios, mío! ¿Es posible eso?— exclamó él señor de Rohan—. ¿Ella haría eso?<br />

—Si la vieseis, sentiríais compasión.<br />

El cardenal se levantó rápidamente.<br />

—¿Qué hacer?— inquirió.<br />

—Concederle el consuelo del silencio.<br />

—Creerá que la he olvidado.<br />

Juana levantó los hombros.<br />

—Me acusará de ser un cobarde.<br />

—Cobarde por salvarla, nunca.<br />

—¿Una mujer perdona que no se la vea?<br />

—No la juzguéis como me juzgaríais a mí.<br />

—La considero valiente y fuerte. La amo por su valentía y por su noble corazón. Puede,<br />

pues, contar conmigo como con ella misma. La veré por última vez; conocerá todo mi

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