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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Oh! ¿Me queréis matar?— gimió el desgraciado.<br />

—Dejad que os pregunte. ¿Cuándo volvisteis de vuestras posesiones?<br />

—Hace quince días.<br />

—¿Dónde residís?<br />

—En la casa del montero, que arrendé ex profeso.<br />

—¿La casa del suicida, en los límites del parque?<br />

Charny hizo con la cabeza un movimiento afirmativo.<br />

—¿Decís que visteis conmigo a una persona?<br />

—Digo, en primer término, que os vi a vos.<br />

—¿Dónde?<br />

—En el parque.<br />

—¿A qué hora? ¿Qué día?<br />

—A medianoche, la primera vez el martes.<br />

—¿Vos me visteis?<br />

—Tal como os estoy viendo. Y también a la que os acompañaba.<br />

—¿Alguien me acompañaba? ¿Reconoceríais a esa persona?<br />

—Hace poco me ha parecido verla aquí, pero no me atrevería a afirmarlo, pues sólo<br />

puedo juzgar por el porte. El rostro se oculta a la hora de cometer faltas.<br />

—¡Bien!— dijo la reina con calma—; ¿no habéis reconocido a mi compañera, pero sí a<br />

mí...?<br />

—¡Oh! A vos, señora..., ¿dudáis de que os veo ahora?<br />

La reina hizo un ademán de impaciencia.<br />

—Y..., ese compañero— dijo— a quien yo he dado una rosa..., ¿porque decís que me<br />

visteis dar una rosa...?<br />

—Sí; a ese caballero no he podido alcanzarlo nunca.<br />

—Sin embargo, le conocéis...<br />

—Se le llama monseñor; esto es todo lo que sé.<br />

La reina se golpeó la frente con furor concentrado.<br />

—Proseguid— dijo—, el martes he dado una rosa..., ¿y el miércoles?<br />

—El miércoles disteis vuestras dos manos a besar.<br />

—¡Oh!...— murmuró ella retorciendo sus manos—. En fin, ¿y el jueves?, ¿qué hice<br />

ayer?<br />

—Ayer pasasteis una hora y medía en la gruta de Apolo con ese hombre, donde vuestra<br />

compañera os había dejado solos.<br />

La reina se levantó impetuosamente.<br />

—Y..., vos..., ¿me habéis visto?<br />

Charny levantó una mano al cielo para jurar.<br />

—¡Oh!...— exclamó la reina arrebatada por el furor—. ¡Y jura!<br />

Charny repitió solemnemente su ademán acusador.<br />

—¿A mí? ¿A mí?— murmuraba María Antonieta—. ¿Me visteis a mí?<br />

—Sí, a vos; el martes llevabais un vestido verde con rayas doradas de muaré; el<br />

miércoles el vestido de grandes flores. Ayer el de color de hoja marchita con el que<br />

ibais vestida el día en que os besé la mano por primera vez. ¡Erais vos, erais vos! Muero<br />

de dolor y de vergüenza cuando os lo digo: os lo juro por mi Dios, por mi vida y por mi<br />

honor. ¡Erais vos, señora, erais vos!<br />

La reina empezó a dar vueltas a grandes pasos por la terraza, sin preocuparse de los<br />

espectadores que, desde abajo, la devoraban con la mirada.<br />

—Si os hiciese un juramento— dijo—; ¡si jurase por mi hijo, por mi Dios!... ¡Oh, no me<br />

creéis! ¡No me creéis!<br />

Charny bajó la cabeza.

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