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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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"Observemos", pensó Juana.<br />

La reina, a grandes pasos, se dirigió hacia sus habitaciones. Todos la seguían, pero con<br />

menos viveza que ella. Lo que le pareció providencial a la señora de La Motte fue que<br />

María Antonieta, para evitar que pareciese que buscaba una entrevista a solas, dijo a<br />

algunas personas que la siguiesen.<br />

Entre ellas se deslizó Juana.<br />

María Antonieta llegó a sus habitaciones y despidió a la señora de Misery y a toda la<br />

servidumbre.<br />

Hacía un tiempo dulce y velado, el sol no penetraba a través de las nubes, pero hacía<br />

filtrar su calor a través de las espesas masas algodonadas y azules.<br />

La reina abrió la ventana que daba a una pequeña terraza y se colocó delante de un<br />

velador lleno de cartas. Esperaba.<br />

Poco a poco, las personas que le habían seguido, comprendieron su deseo de estar sola y<br />

se alejaron.<br />

Charny, impaciente, devorado por la cólera, estrujaba el sombrero entre sus manos.<br />

—¡Hablad, hablad!— dijo la reina—. Me parece que estáis muy turbado.<br />

—¿Por dónde podría empezar?.— murmuró el joven, que pensaba en voz alta—.<br />

¿Cómo puedo atreverme a acusar el honor, la fe y la majestad?<br />

—¿Qué decís?— exclamó María Antonieta volviéndose con viveza y lanzándole una<br />

mirada centelleante.<br />

—¡Y no obstante no diré sino lo que he visto!— prosiguió Charny.<br />

La reina se levantó.<br />

—Caballero— dijo fríamente—, muy temprano es para suponer que estéis ebrio; sin<br />

embargo, observáis una conducta impropia de un gentilhombre en ayunas.<br />

Creía haberle abatido con este apostrofe despreciativo, pero él, inmóvil, dijo:<br />

—En realidad, ¿qué es una reina? Una mujer. ¿Y qué soy yo? Un hombre y un súbdito.<br />

—¡Caballero!<br />

—Señora, no turbemos lo que os tengo que decir con una cólera que me llevaría a la<br />

locura. Creo haber demostrado que respeto a la majestad real; temo haber probado que<br />

sentía un amor insensato hacia la persona de la reina. Así, pues, elegid a cuál de las dos,<br />

reina o mujer, queréis que este adorador lance una acusación de oprobio y de deslealtad.<br />

—Señor de Charny— exclamó la reina palideciendo y dirigiéndose hacia el joven—, si<br />

no salís de aquí, os haré echar por mis guardias.<br />

—¡Voy a deciros, antes de ser echado, el por qué sois una reina indigna y una mujer sin<br />

honor!— replicó Charny ebrio de furor—. ¡Desde hace tres noches he permanecido en<br />

vuestro parque!<br />

En lugar de verla saltar, como esperaba, ante este terrible golpe, Charny comprobó que<br />

la reina levantaba la cabeza y que se acercaba.<br />

—Señor de Charny, — dijo ella tomándole la mano— os halláis en un estado que me<br />

inspira piedad; tened cuidado; vuestros ojos despiden brasas, vuestras manos tiemblan,<br />

estáis pálido, toda vuestra sangre afluye al corazón. Sufrís. Voy a llamar.<br />

—¡Os he visto! ¡Os he visto!— repitió fríamente el joven—; os he visto con aquel<br />

hombre cuando le dabais la rosa; cuando os besó las manos y cuando entrasteis con él<br />

en los baños de Apolo.<br />

La reina se pasó la mano por la frente para asegurarse de que no soñaba.<br />

—Vamos, sentaos— insistió—, porque vais a caeros si no os sostengo.<br />

Dejóse caer Charny en un sillón; la reina se sentó cerca de él en un taburete; después,<br />

con sus manos entre las suyas y mirándole hasta el fondo del alma, le habló:<br />

—Quedaos tranquilo, serenad el corazón y la cabeza y repetidme lo que acabáis de<br />

decirme.

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