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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿No habrá descubierto nada el señor de Cagliostro?— preguntaba Juana, inquieta,<br />

algunas veces.<br />

—¡El! Si se lo dijera, no me creería— contestó Olive.<br />

Bastaron ocho días de estas escapadas nocturnas para que las mismas se trocaran en una<br />

necesidad y un placer. Al cabo de ese tiempo el nombre de Juana ocupaba en el<br />

pensamiento de Olive un lugar más grande que el que ocuparon nunca el de Gilberto y<br />

el de Beausire.<br />

CAPITULO LXV<br />

<strong>LA</strong> CITA<br />

Apenas el señor de Charny llegó a sus posesiones y se encerró en su residencia, después<br />

de haber atendido a las primeras visitas, el médico le ordenó no recibir a nadie y<br />

quedarse en la casa, consigna que fue cumplida con tal rigor, que ninguno de los<br />

habitantes del cantón pudo ver al héroe de aquel combate naval, que había producido<br />

tanto revuelo en toda Francia, héroe al que las jóvenes, sin excepción, buscaban, porque<br />

era muy apuesto.<br />

No obstante, Charny no estaba tan enfermo como se creía. Su mal residía en su corazón<br />

y en su cabeza; pero ¡qué mal, santo Dios! Un dolor agudo, incesante, inexorable, el<br />

dolor de un quemante recuerdo, el dolor de una pena que le desgarraba.<br />

El amor no es más que una nostalgia; el ausente llora un paraíso ideal, en lugar de llorar<br />

una patria material y aun hay que admitir, por muy poeta que se sea, que la mujer bien<br />

amada es un paraíso algo menos material que el de los ángeles.<br />

El señor de Charny no pudo aguantarse tres días. Furioso al ver todos sus sueños<br />

desflorados por la imposibilidad, dispersos en el espacio, hizo conocer por todo el<br />

condado la receta del médico que hemos mencionado; confió la custodia de sus puertas<br />

a un sirviente de confianza y al llegar la noche partió de la casa solariega en un caballo<br />

manso y rápido. Estaba en Versalles ocho horas después, alquilando por intermedio de<br />

su ayuda de cámara, una casa situada detrás del parque.<br />

Esta casa, abandonada desde la muerte trágica de un montero del rey, que se había<br />

cortado el cuello, convenía a Charny, que quería ocultarse mejor que en sus posesiones.<br />

Estaba decentemente amueblada, tenía dos puertas, una sobre la calle desierta y otra<br />

sobre la avenida circular del parque. Desde las ventanas que daban al mediodía, Charny<br />

podía mirar hacia las avenidas de Charmilles, porque esas ventanas, abiertos los<br />

postigos rodeados de viñas y de hiedra, no eran más que puertas que estaban a la altura<br />

de un piso bajo poco elevado para quien quisiera saltar al parque real.<br />

Esta vecindad, ya muy rara entonces, era el privilegio concedido a un inspector de<br />

montería para que, sin molestias, pudiese vigilar los gamos y los faisanes de Su<br />

Majestad.<br />

Contemplando las ventanas, alegremente encuadradas entre verde ramaje vigoroso,<br />

veíase con la imaginación, en la del medio, al montero melancólicamente acodado, una<br />

tarde de otoño, en tanto que las ciervas hundiendo sus delgadas patas sobre las hojas<br />

secas, jugaban bajo los techados a la luz amarillenta de un sol poniente.<br />

Esta soledad encantó a Charny más que cualquier otra cosa. ¿Era por amor al paisaje?<br />

Pronto lo sabremos.<br />

Ya instalado, una vez bien cerrado todo, cuando su criado hubo extinguido la curiosidad<br />

respetuosa de la vecindad, Charny, de quien ya no se acordaban, empezó una vida cuya<br />

sola idea haría estremecer a cualquiera que a su paso por la tierra haya amado u oído<br />

hablar de amor.

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