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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡La reina!<br />

Después, juntando las manos y frunciendo el ceño, quedóse inmóvil ante el temor de<br />

hacer huir la extraña visión.<br />

—¡Oh! ¡Yo buscaba un medio y aquí lo tengo!— murmuró.<br />

En aquel momento Olive oyó ruido tras ella y se volvió rápidamente.<br />

El conde estaba en su habitación y había notado el mutuo reconocimiento.<br />

"¡Se han visto!", díjose.<br />

Olive dejó bruscamente el balcón.<br />

CAPITULO LXIV<br />

<strong>LA</strong>S DOS VECINAS<br />

A partir de este momento en que las dos mujeres se habían visto, Olive, fascinada por la<br />

gracia de su vecina, no trató ya de continuar su desdén y volviéndose con precaución en<br />

medio de sus flores, respondió sonriendo a las sonrisas que se le dirigían.<br />

Cagliostro, al visitarla, no había dejado de recomendarle que guardase la mayor<br />

circunspección.<br />

—Sobre todo— le había dicho—, no mantengáis relaciones con los vecinos.<br />

Esta frase había caído como un jarro de agua fría sobre la cabeza de Olive, que hallaba<br />

un gran placer en los gestos y saludos de la vecina.<br />

No tratarse con los vecinos era tener que dar la espalda a esta mujer encantadora cuya<br />

mirada era tan brillante y dulce y cada uno de cuyos gestos encerraba una seducción; era<br />

renunciar a distraerse en una conversación telegráfica acerca de la lluvia y del buen<br />

tiempo y era romper con una amiga. Porque la imaginación de Olive corría hasta el<br />

punto de hacer ya de Juana, un objeto curioso y caro.<br />

Solapadamente contestó a su protector que se guardaría muy bien de desobedecerle y<br />

que no mantendría la menor relación con la vecina.<br />

Juana, puede creerse, no podía más que esto, porque ante las primeras demostraciones<br />

que se le hicieron respondió con saludos y besos enviados con la punta de los dedos.<br />

Olive correspondía en la mejor forma a estas pruebas de afecto; notó que la desconocida<br />

no dejaba la ventana y que siempre tenía buen cuidado en saludarla cuando salía y<br />

cuando volvía, pareciendo haber concentrado todas sus facultades afectivas en el balcón<br />

de Olive.<br />

Semejante estado de cosas debía traer como inmediata consecuencia una tentativa de<br />

acercamiento.<br />

He aquí lo que ocurrió:<br />

Cagliostro, al visitar a Olive, dos días después, se quejó de que una persona desconocida<br />

hubiese estado en el palacio.<br />

—¿Una persona desconocida? — preguntó Olive sonrojada.<br />

—Sí— respondió el conde—; una dama muy bonita, joven, elegante, se presentó, habló<br />

con el criado atraído por su insistencia en el llamar y le preguntó quién podía ser una<br />

mujer que habitaba en el pabellón del tercer piso, que es vuestro departamento, querida.<br />

Esta señora se refería sin duda a vos. Os quería ver. Por lo tanto os conoce, os ha visto y<br />

ello significa que habéis sido descubierta. Tened cuidado; la policía tiene agentes<br />

femeninos de la misma manera que dispone de hombres y os advierto que no podría<br />

negarme a entregaros en el caso de que el señor de Crosne os reclamase.<br />

Olive, en lugar de asustarse, reconoció en seguida a su vecina en el retrato que le<br />

hacían; le agradeció infinitamente su cortesía y resolvió en su fuero interno recompensar<br />

su atención, por todos los medios a su alcance, aun cuando disimulaba ante el conde.<br />

—¿No estáis asustada?— preguntó Cagliostro.

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