26.01.2019 Views

EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

aventuraban sin luz y sin escolta desde que el invierno había afilado los dientes de tres o<br />

cuatro mil mendigos sospechosos, convertidos de la noche a la mañana en ladrones.<br />

La dama que daba las órdenes tocó con la punta de un dedo el hombro del cochero que<br />

conducía el trineo, el cual se detuvo.<br />

—Weber, ¿cuánto tiempo necesitáis para conducir el cabriolé adonde vos sabéis?<br />

—¿La señora toma el cabriolé? —preguntó el cochero con un acento alemán<br />

inconfundible.<br />

—Sí, volveré por las calles para ver los fuegos, pero como hay más barro que en los<br />

bulevares, sería difícil ir en trineo. Además, he cogido un poco de frío. Vos también,<br />

¿no es cierto, pequeña? —dijo la dama, dirigiéndose a su acompañante.<br />

—Sí, madame.<br />

—¿Habéis oído, Weber? Adonde ya sabéis y con el cabriolé.<br />

—Bien, madame.<br />

—¿Cuánto tiempo necesitáis?<br />

—Una media hora.<br />

—Bien; mira la hora, pequeña.<br />

La más joven de las dos damas buscó entre sus pieles y miró la hora en su reloj con<br />

bastante dificultad, porque, como ya hemos dicho, la noche era a cada instante más<br />

cerrada.<br />

—Las seis menos cuarto.<br />

—Por lo tanto a las siete y cuarto, Weber.<br />

A continuación, la dama saltó con agilidad fuera del trineo. Dio la mano a su amiga y<br />

ambas se alejaron cogidas del brazo, al mismo tiempo que el cochero, con gestos de<br />

respetuosa desesperación, murmuró lo bastante alto para que le oyese su dueña:<br />

—¡Qué imprudencia! ¡Dios mío, qué imprudencia!<br />

Las dos jóvenes se envolvieron bien en sus pieles, cuyos cuellos les cubrían hasta las<br />

orejas, y cruzaron el bulevar divirtiéndose en hacer crujir la nieve bajo sus pequeños<br />

pies, calzados con chapines forrados de piel.<br />

—Vos que tenéis buenos ojos, Andrea —dijo la dama que parecía de más edad, pero<br />

que no tendría más de treinta a treinta y dos años—, intentad leer en ese ángulo el<br />

nombre de la calle.<br />

—Es la calle del Pont-aux-Choux, madame —dijo la joven, riendo.<br />

—¿Y cuál es la calle del Pont-aux-Choux? Dios mío, nos hemos perdido. La calle del<br />

Pont-aux-Choux. Me dijeron la segunda calle a la derecha. ¿No sentís, Andrea, qué<br />

buen olor a pan caliente?<br />

—Naturalmente, estamos a la puerta de una panadería.<br />

—Pues preguntemos al panadero dónde está la calle de Saint-Claude —dijo la dama de<br />

más edad, dirigiéndose a la puerta de la panadería.<br />

—No, no entréis, madame —dijo en seguida la otra dama—; dejadme a mí.<br />

—¿La calle de Saint-Claude, mis preciosas damas? —dijo una voz alegre—. ¿Deseáis<br />

saber dónde está la calle de Saint-Claude?<br />

Las dos mujeres se volvieron a la vez y con un solo movimiento en dirección hacia la<br />

voz, y vieron, de pie y apoyado en la puerta de la panadería, al primer oficial panadero,<br />

con la gorra encasquetada y las piernas y el pecho descubiertos, a pesar del frío glacial<br />

que hacía.<br />

—¡Oh, un hombre desnudo! —exclamó la más joven de las dos mujeres—. ¿Acaso<br />

estamos en Oceanía?<br />

Y dio un paso atrás, escondiéndose detrás de su compañera.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!