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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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No se hizo esperar la ocasión. Los vecinos empezaban a abrir sus puertas, a hacer la<br />

siesta después de la comida y a vestirse para el paseo en la plaza Royal o por el Camino<br />

Verde.<br />

Olive los iba contando. Eran seis, con acentuada diferencia entre ellos, como cuadraba a<br />

gentes que habían escogido la calle de Saint-Claude como lugar de residencia.<br />

Olive pasó parte del día en contemplar sus gestos y en estudiar sus costumbres.<br />

Examinó a todos, excepto a esa sombra agitada que, sin mostrar su rostro, había venido<br />

a hundirse en el sillón cercano a la ventana y estaba absorta e inmóvil en sus<br />

pensamientos.<br />

Era una mujer. Había abandonado su cabeza a su peinadora, que, durante una hora y<br />

media, estuvo edificando sobre su cráneo y sus sienes uno de esos edificios babilónicos<br />

en los que entraban los minerales y los vegetales y hubieran formado parte también los<br />

animales si Leonard hubiese intervenido y si se hubiera hallado una mujer que<br />

consintiese en hacer de su cabeza un Arca de Noé con sus habitantes.<br />

Una vez peinada y empolvada, con sus blancas puntillas, la mujer se volvió a sentar en<br />

el sillón. Veíase su cuello sostenido con almohadones lo bastante duros como para que<br />

éste sostuviese el equilibrio del cuerpo entero y permitiese mantener intacto el<br />

monumento formado con los cabellos, sin preocuparte por los temblores de tierra que<br />

podían conmover su base.<br />

Aquella mujer inmóvil parecía uno de esos dioses indios quietos en anchos sitiales, con<br />

la mirada fija como su pensamiento, moviéndose sólo dentro de la órbita, según las<br />

necesidades del cuerpo o los caprichos del espíritu.<br />

Olive notó que la dama así peinada era muy linda. Que su pie, apoyado en el borde de la<br />

ventana, era delicado y agradable. Admiró el contorno de su brazo y el de la garganta,<br />

que aparecía entre la bata y el corsé.<br />

Pero lo que la impresionó más fue la abstracción de su pensamiento, siempre<br />

concentrado en un, fin invisible y vago, y tan imperioso, que condenaba todo el cuerpo<br />

a la inmovilidad y lo aniquilaba por la acción de su voluntad.<br />

La mujer, a quien nosotros conocemos, pero no así Olive, no podía sospechar que era<br />

vista. Delante de sus ventanas, jamás se había abierto otra ventana. El palacio del señor<br />

Cagliostro, a pesar de las flores que hallara Nicolasa, de los pájaros que viera volar,<br />

nunca había mostrado sus secretos a nadie y descontando los pintores que lo decoraran,<br />

ningún ser viviente se había mostrado en las ventanas.<br />

Para explicar este fenómeno que contradecía el supuesto uso de la habitación por parte<br />

de Cagliostro en el pabellón, bastará una palabra. El conde había hecho preparar la<br />

estancia durante la noche para Olive como si hubiera sido dispuesta para él. Y hasta tal<br />

punto sus órdenes habían sido fielmente ejecutadas que habría podido decirse que<br />

superaban sus propias previsiones.<br />

La dama del hermoso peinado permanecía ensimismada en sus meditaciones; Olive<br />

creyó que tal actitud nacía de algún desengaño amoroso. Le inspiraba simpatía por su<br />

belleza, por la soledad, por la edad, por el aburrimiento común... ¡Cuántos lazos para<br />

acercar a aquellas dos almas que tal vez se buscaban, gracias a las combinaciones<br />

misteriosas, irresistibles e intraducibles del destino!<br />

Desde que hubo visto a la solitaria soñadora, Olive no pudo apartar su mirada de ella.<br />

Había un fondo de pureza en esa atracción de una mujer hacia otra mujer. Esas<br />

delicadezas son más comunes de lo que ordinariamente se cree entre esas desgraciadas<br />

criaturas cuyo cuerpo se ha convertido en el agente principal de las funciones de la vida.<br />

Pobres desterradas del paraíso espiritual, echan de menos los perdidos jardines y los<br />

ángeles sonrientes que se ocultan entre sus umbríos follajes.

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