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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Una palabra asomaba a sus labios; Cagliostro la detuvo diciéndole:<br />

—Aquí nada os faltará; una doncella estará a vuestra disposición dentro de un cuarto de<br />

hora. Buenas noches, señorita.<br />

Y desapareció después de haber hecho una gran reverencia que complementó con una<br />

graciosa sonrisa.<br />

La pobre prisionera cayó abatida sobre el lecho, que estaba preparado en una elegante<br />

alcoba.<br />

—No me explico nada de lo que me está ocurriendo— murmuró siguiendo con la<br />

mirada a aquel hombre realmente incomprensible para ella.<br />

CAPITULO LXIII<br />

<strong>EL</strong> OBSERVATORIO<br />

Olive se metió en el lecho tan pronto se marchó la doncella que le había enviado<br />

Cagliostro.<br />

Durmió poco, los pensamientos de toda clase que surgían de la conversación con el<br />

conde la hacían soñar despierta, proporcionándole una inquietud somnolienta. No se es<br />

muy feliz mucho tiempo cuando se dispone de demasiada riqueza y tranquilidad<br />

después de haber sido muy pobre y haber llevado una vida muy agitada.<br />

Olive compadecía a Beausire y admiraba al conde, aunque no comprendía su modo de<br />

ser, pues no creía que fuese tímido ni lo consideraba insensible. Tenía mucho miedo de<br />

verse turbada por algún silfo durante el sueño y los más pequeños ruidos del entarimado<br />

le causaban la agitación propia de las heroínas de novela que duermen en la Torre del<br />

Norte. Al amanecer desaparecieron estos terrores, que no carecían de encanto...<br />

Nosotros, que no tememos inspirar sospechas al señor de Beausire, podemos aventurar<br />

que Nicolasa no vio llegar el momento de la completa seguridad sin un resquicio de<br />

despecho coquetón. Matiz intraducible para todo pincel que no fuese el de Watteau y<br />

para toda pluma que no fuese la de Marivaux o Crébillon hijo.<br />

Al llegar el día se permitió el placer de dormir, saboreando la voluptuosidad de recibir<br />

en su habitación, adornada de flores, los dorados rayos del sol naciente y de ver los<br />

pájaros corriendo sobre el alféizar de la ventana, donde sus alas rozaban con alboroto<br />

encantador las hojas de los rosales y las flores de los jazmines de España.<br />

Era tarde, muy tarde, cuando se levantó, después de un sueño tranquilo que suavizó sus<br />

párpados. Arrullada por los ruidos de la calle y serenada por el reposo, sintióse bastante<br />

fuerte para enfrentar el movimiento y con demasiada vida para permanecer ociosa.<br />

Recorrió entonces todos los rincones del nuevo departamento, en el que el<br />

incomprensible silfo, hasta tal punto era ignorante, no había sabido hallar una trampa<br />

para venir a deslizarse alrededor de la cama, moviendo sus alas. Y no obstante, los<br />

silfos, en aquel tiempo, gracias al conde de Gabalis, no habían perdido nada de su<br />

inocente reputación.<br />

Olive adivinó las riquezas de su alojamiento en la sencillez de lo imprevisto. El ajuar de<br />

mujer había empezado siendo un mobiliario de hombre. Había allí cuanto puede hacer<br />

agradable la vida y sobre todo luz y aire sin limitaciones que convertirían los calabozos<br />

en jardines si en alguna ocasión el aire y la luz penetrasen en una prisión.<br />

Hablar del gozo infantil con que Olive corrió a la azotea y se tendió en las baldosas, en<br />

medio de las flores y el césped, como una culebra que sale del nido, es cosa que<br />

haríamos gustosamente si no tuviéramos que pintar su asombro cada vez que un<br />

movimiento le descubre nuevas perspectivas.

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