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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¡Oh, no!— dijo la coqueta—. No. Ésta famosa asociación que vos me propusisteis,<br />

como sabéis, el derecho de darme el brazo, de visitarme, de cortejarme honorablemente,<br />

¿no era acaso una pequeña esperanza?<br />

Y al decir estas palabras, la pérfida devoraba con sus ojos demasiado tiempo ociosos, al<br />

visitante, que había venido a caer en el lazo.<br />

—Lo confieso— respondió Cagliostro—, sois de una penetración a la que nada resiste.<br />

Y simuló bajar los ojos, como temiendo ser devorado por las llamas que surgían de las<br />

miradas de Olive.<br />

—Volvamos a hablar de Beausire— dijo ella, molesta por la inmovilidad del conde—.<br />

¿Qué hace? ¿dónde está ese querido amigo?<br />

Entonces, Cagliostro, mirándola con cierta timidez todavía, continuó diciendo:<br />

—Os decía que hubiese querido reuniros con él.<br />

—No, no decíais esto— murmuró ella con desdén—; pero puesto que lo decís, lo tengo<br />

por dicho. Continuad. ¿Por qué no lo traíais? Esto hubiera sido lo caritativo. El es<br />

libre...<br />

—Porque el señor de Beausire, que como vos, posee mucho talento, tiene también un<br />

asunto con la policía— dijo el señor de Cagliostro sin darse por enterado de aquella<br />

ironía.<br />

—¿También?— exclamó Olive palideciendo, pues sentía esta vez el soplo de la verdad.<br />

—También— repitió cortésmente Cagliostro.<br />

—¿Qué ha hecho?...— balbuceó la pobre joven.<br />

—Una encantadora travesura, una treta muy ingeniosa; yo llamo a esto una tunantería,<br />

pero las gentes taciturnas, el señor de Crosne, por ejemplo, que ya sabéis que es muy<br />

cerrado, lo llama un robo.<br />

—¡Un robo!— exclamó Olive espantada—. ¡Dios mío!<br />

—Un hermoso robo. Lo que demuestra que ese pobre Beausire se siente inclinado hacia<br />

las cosas lindas.<br />

—Caballero..., caballero... ¿Está detenido?<br />

—No, pero ha sido denunciado.<br />

—¿Me aseguráis que no ha sido arrestado y que no corre riesgo alguno?<br />

—Os aseguro que no ha sido arrestado, pero no os puedo dar mi palabra por lo que se<br />

refiere al segundo punto. Ya comprenderéis, querida mía, que cuando un hombre está<br />

denunciado, se le sigue, se le busca, al menos; y cuando ese hombre tiene el rostro y el<br />

aspecto tan conocido del señor de Beausire, si aparece por ahí, en seguida es alcanzado<br />

por los sabuesos de la policía. Pensad, pues, en la redada que haría el señor de Crosne.<br />

Os arrestaría a vos por medio de Beausire, y a Beausire por medio de vos.<br />

—¡Oh! ¡Sí, sí, es necesario que se oculte! ¡Pobre muchacho! Yo también me esconderé.<br />

Mas hacedme salir de Francia, porque aquí encerrada, ahogada, no podría evitar el<br />

deseo de cometer algún día una imprudencia...<br />

—¿A qué llamáis imprudencia, mi querida señorita?<br />

—Pues a... mostrarme, a tomar un poco de aire.<br />

—No exageréis, amiga mía; ya estáis pálida y acabaríais por perder vuestra hermosa<br />

salud. El señor de Beausire dejaría de amaros. No, tomad el aire que queráis y divertíos<br />

viendo pasar algunas personas.<br />

—¡Vamos! Ya estáis despechado contra mí y también vais a abandonarme. ¿Os molesto<br />

tal vez?<br />

—¿A mí? ¿Estáis loca? ¿Por qué habíais de molestarme?<br />

—Porque..., un hombre tan respetable como vos, que se siente inclinado hacia una<br />

mujer, tiene el derecho de irritarse, inclusive de revolverse, si una loca como yo lo<br />

rechaza. ¡Oh! No me dejéis, ni me guardéis odio alguno, caballero...

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