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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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hostilidades. Conforme. Pero si se hace al cardenal antipático a la reina, no se consigue<br />

el efecto perseguido más que con respecto a él, pues se deja brillar la virtud de la reina,<br />

es decir, se favorece a esta princesa y se le facilita la libertad de lenguaje que permite<br />

lanzar una acusación y apoyar sobre la misma todo el peso de su autoridad.<br />

"Lo que hace falta es una prueba contra el señor de Rohan y contra la reina; una especie<br />

de espada de doble filo que hiera a derecha e izquierda, que hiera al salir de la vaina e<br />

inclusive que corte la propia vaina.<br />

"Lo necesario es una acusación que haga palidecer a la reina, y sonrojar al cardenal<br />

dejándome limpia de toda sospecha a mí, que soy confidente de los dos principales<br />

culpables. Lo que hace falta es una combinación tras la cual, resguardada en el<br />

momento y tiempo oportuno, yo pueda decir: "Si me acusáis acuso, si me perdéis, os<br />

pierdo. Dejadme a mí la fortuna, que yo os dejaré el honor".<br />

"Vale la pena buscar esto— se dijo la pérfida condesa—, y lo haré. A partir de hoy<br />

tengo el tiempo bien pagado".<br />

En efecto, la señora de La Motte hundióse en los hermosos almohadones, se acercó a la<br />

ventana, iluminada por el brillante sol, y en presencia de Dios y ante su magnífica<br />

antorcha, comenzó a discurrir.<br />

CAPÍTULO LXII<br />

<strong>LA</strong> PRISIONERA<br />

Mientras la condesa vivía tan agitada y durante su ensimismamiento, otra escena de<br />

diferente orden desarrollábase en la calle de Saint-Claude, frente a la casa habitada por<br />

Juana.<br />

El señor de Cagliostro, como se recordará, había alojado en el antiguo palacio de<br />

Bálsamo a la fugitiva Olive, perseguida por la policía del señor de Crosne.<br />

La joven, muy inquieta, había aceptado con alegría la ocasión de poder huir al mismo<br />

tiempo de la policía y de Beausire; vivía, pues, retraída, oculta, temblorosa, en esta<br />

vivienda misteriosa que había abrigado dramas tan horribles, mucho más horribles que<br />

la aventura tragicómica de la señorita Nicolasa Legay.<br />

Cagliostro la había colmado de cuidados y obsequios; le parecía algo muy dulce a la<br />

joven ser protegida por este gran señor que nada pedía, aunque parecía esperar mucho.<br />

Pero ¿qué era lo que esperaba? He aquí lo que se preguntaba inútilmente la reclusa.<br />

Para la señorita Olive, el señor de Cagliostro, el hombre que había vencido a Beausire y<br />

triunfado de los agentes de policía, era un dios salvador y un amante muy delicado,<br />

puesto que la respetaba.<br />

Porque el amor propio de Olive no le permitía creer otra cosa sino que Cagliostro<br />

pensaba hacerla algún día su querida.<br />

Es una virtud, para las mujeres que no la poseen, pensar que se las pueda amar<br />

respetuosamente. Su corazón está tan marchito, tan seco, tan insensible, que prescinde<br />

ya del amor y del respeto que éste engendra.<br />

Olive se puso, pues, a levantar castillos en el aire desde el fondo de su casa de la calle<br />

de Saint-Claude, castillos quiméricos en los que el pobre Beausire, necesario es<br />

confesarlo, hallaba raramente algún lugar.<br />

Cuando a la mañana, ataviada con todos los adornos de que Cagliostro había provisto su<br />

tocador, se hacía la gran dama y repasaba todos los matices del papel de Celimena, no<br />

vivía más que pendiente de la hora en que, dos veces a la semana, su protector venía a<br />

informarse si soportaba fácilmente la vida.<br />

Entonces, en el hermoso salón, en medio de un lujo real e inteligente, la joven,<br />

enervada, se confesaba a sí misma que todo en su pasado había sido decepción, error,

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