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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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El cardenal convino en que tenía razón y al propio tiempo le preguntó si recordaba aún<br />

sus buenas intenciones.<br />

Juana le hizo un retrato tal del agradecimiento de la reina, que el señor de Rohan quedó<br />

entusiasmado, más como caballero que como súbdito, más en su orgullo que en su<br />

devoción.<br />

Juana, dando término a la conversación, había resuelto entrar de nuevo tranquilamente<br />

en su casa, ponerse de acuerdo con un comerciante en pedrerías, venderle cien mil<br />

escudos de diamantes y alcanzar Inglaterra o Rusia, países libres en los que podría vivir<br />

ricamente con esta cantidad durante cinco o seis años sin ser objeto de la menor<br />

molestia, después de lo cual empezaría a vender ventajosamente y por separado el resto<br />

de los diamantes.<br />

Pero las cosas no sucedieron de acuerdo a sus deseos. A los primeros diamantes que<br />

hizo ver a dos expertos, la sorpresa de los Argos y sus reservas espantaron a la<br />

vendedora. Uno le ofrecía cantidades despreciables y el otro se extasiaba ante las<br />

piedras, diciéndole que no las había visto semejantes sino en el collar de Boehmer.<br />

Juana no prosiguió. Un paso más y se haría traición. Comprendió que la imprudencia en<br />

tal caso era la ruina, y ésta suponía la picota y la prisión perpetua. Ocultando los<br />

diamantes en el más ignorado de los escondrijos, resolvió proveerse de armas<br />

defensivas tan sólidas, y armas ofensivas tan aceradas que, en caso de guerra, sus<br />

enemigos quedasen vencidos de antemano, es decir, antes de ir al combate.<br />

Eludir las preguntas del cardenal, que en toda ocasión trataría de saber de la reina, y las<br />

indiscreciones de ésta, que se jactaría siempre de haber rehusado la adquisición del<br />

collar, era tarea difícil. Bastaría una palabra cambiada entre la reina y el cardenal para<br />

que todo quedase descubierto.<br />

Juana se tranquilizó al pensar que el cardenal estaba enamorado de la reina y que, como<br />

todos los enamorados, que tienen una venda sobre los ojos, caería en las trampas que le<br />

tendiese la astucia bajo la apariencia de amor.<br />

Pero esta trampa tenía que estar preparada en forma tal que atrapase a los dos<br />

interesados. Era necesario que, si la reina descubría el robo, no se atreviese a quejarse, y<br />

si el cardenal se daba cuenta de la superchería, tuviese la sensación de hallarse perdido.<br />

Era un golpe maestro a ejecutar contra dos adversarios que tenían de antemano en su<br />

favor todo el apoyo de la opinión pública.<br />

Juana no retrocedió. Era un temperamento intrépido, que llevaba el mal hasta el<br />

heroísmo y el bien hasta el mal. En aquel instante sólo un pensamiento la preocupaba: el<br />

de impedir una entrevista entre la reina y el cardenal.<br />

En tanto que ella pudiese interponerse entre ambos, no había nada perdido; si a sus<br />

espaldas hablaban, el porvenir de la condesa tornaríase incierto.<br />

"No se verán más— sé dijo—. ¡Jamás! No obstante— se objetaba a sí misma—, el<br />

cardenal pretenderá ver a la reina y lo intentará... No esperemos a que suceda. Tratemos<br />

de influir en su pensamiento. Hagamos que desee verla, que se lo pida y que se<br />

comprometa al pedírselo.<br />

"Sí, pero, ¿y si sólo se compromete él?"<br />

Este pensamiento la sumía en una perplejidad dolorosa.<br />

Si solo él quedaba comprometido, la reina tendría recursos, porque las reinas hablan en<br />

voz muy alta. Y sabía arrancar tan bien María Antonieta las máscaras a los pícaros...<br />

¿Qué hacer? Para que la reina no acusara, era necesario que no pudiese abrir la boca.<br />

Para cerrar esta noble y valiente boca había que oprimir los resortes tomando la<br />

iniciativa de una acusación.<br />

No se acusa ante un tribunal a un criado de haber robado, cuando éste puede demostrar<br />

la comisión de un delito tan deshonroso como el robo. Que el señor de Rohan estuviera

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