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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sea— replicó el rey—. Levantemos la sesión. Basta de tarea, que ésta ha sido buena.<br />

¡Ah! He aquí a la reina que vuelve. Adelantémonos hacia ella, señor de Calonne.<br />

—Sire, pido perdón a Vuestra Majestad, pero aun tengo que firmar.<br />

Y el señor de Calonne se fue lo más prontamente posible por el corredor.<br />

El rey se dirigió gallardamente y con gran satisfacción hacia María Antonieta, que<br />

cantaba en el vestíbulo, apoyando el brazo en el del conde de Artois.<br />

—Señora— dijo el rey—, habéis dado un buen paseo, ¿verdad?<br />

—Excelente, sire; y vos, ¿habéis realizado mucho trabajo?<br />

—Podéis juzgar vos misma: os he ganado quinientas mil libras.<br />

"Calonne ha mantenido su palabra", pensó la reina.<br />

—Imaginaos— añadió Luis XVI— que Calonne os asignaba un crédito nada menos que<br />

de medio millón.<br />

—¡Oh!— dijo María Antonieta sonriendo.<br />

—Y yo... naturalmente, lo he tachado. He ahí quinientas mil libras ganadas de un<br />

plumazo.<br />

—¡Cómo! ¿Lo habéis tachado?—dijo la reina palideciendo.<br />

—En efecto. Y os dará una enorme popularidad. Buenas noches, señora, buenas noches.<br />

—¡Sire! ¡Sire!<br />

—Tengo un gran apetito. Me vuelvo. ¿No es verdad que me he ganado la cena?<br />

—Sire, escuchadme.<br />

Pero Luis XVI desapareció, radiante de satisfacción por la broma, dejando a la reina<br />

atónita, silenciosa y consternada.<br />

—Hermano mío, haced que busquen al señor de Calonne— pudo decir por fin al conde<br />

de Artois—; tras esto se oculta una mala acción.<br />

Precisamente en aquel momento, entregaban a la reina la siguiente esquela del ministro:<br />

"Vuestra Majestad debe saber ya que el rey ha rehusado el crédito. Es incomprensible,<br />

señora, y he tenido que retirarme del consejo enfermo y dolorido".<br />

—Leed— dijo la reina entregando la esquela al conde de Artois.<br />

—¡Y hay quien dice que dilapidamos las finanzas, hermana!— exclamó el príncipe—.<br />

Vaya unas maneras...<br />

—...de esposo— murmuró la reina—. Adiós, hermano mío.<br />

—Recibid la expresión de mi condolencia. Me doy por avisado..., ¡porque yo quería<br />

pedir dinero mañana!<br />

—Que vayan a buscar a la señora de La Motte— ordenó la reina a la señora de Misery<br />

tras una larga meditación—; dondequiera que esté, que venga inmediatamente.<br />

CAPITULO LX<br />

MARÍA ANTONIETA, <strong>REINA</strong>; JUANA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> MOTTE, MUJER<br />

El correo que fue enviado a París en busca de la señora de La Motte, no la encontró en<br />

casa del cardenal de Rohan.<br />

Juana había ido a visitar a Su Eminencia; había almorzado, y cenaba y hablaba con él de<br />

aquella restitución desventurada, cuando llegaron preguntando si se hallaba en casa. El<br />

portero, muy perspicaz, respondió que Su Eminencia había salido y que la señora de La<br />

Motte no estaba en el palacio, pero que nada era más fácil que hacerle saber lo que la<br />

reina había encargado al mensajero, toda vez que probablemente vendría por la noche a<br />

su casa.<br />

—Que se presente en Versalles lo antes que pueda— dijo el correo.

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