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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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No obstante, comenzaba ya a inquietarse y a adquirir informes, tratando de hallar un<br />

medio de hablar con el señor de Calonne sin comprometerse, cuando recibió la siguiente<br />

nota:<br />

"Esta noche será firmado, en el consejo, el asunto que Vuestra Majestad me hizo el<br />

honor de encargarme. Los fondos estarán en vuestro poder mañana por la mañana".<br />

María Antonieta recuperó toda su confianza. No pensó en nada más, ni siquiera en aquel<br />

mañana que tardaba tanto en llegar.<br />

Se la vio buscar en sus paseos las avenidas más escondidas, para aislar sus<br />

pensamientos de todo contacto material y mundano.<br />

Paseaba con la princesa de Lamballe y con el conde de Artois, que se habían unido a<br />

ella, cuando el rey entró en el consejo, después del almuerzo.<br />

El monarca estaba de muy mal humor. Las noticias de Rusia eran malas. En el golfo de<br />

León se había perdido un buque. Algunas provincias se negaban a pagar los impuestos.<br />

Un hermoso mapamundi, terminado y barnizado por el propio monarca, se había abierto<br />

por la acción del calor y la Europa se hallaba cortada en dos partes, en la intersección<br />

del grado 30 de latitud con el 55 de longitud. Su Majestad le ponía mala cara a todo el<br />

mundo, inclusive al señor de Calonne.<br />

En vano este último le presentó con semblante sonriente su hermosa cartera perfumada.<br />

El rey, silencioso y taciturno, se puso a trazar en un papel blanco líneas cruzadas, lo que<br />

significaba tormenta, de la misma manera que los caballos y muñecos denotaban buen<br />

humor. Porque la manía del rey era la de dibujar durante el consejo. Luis XVI no miraba<br />

de frente: era tímido. Una pluma en la mano le daba aplomo y seguridad. Mientras él<br />

estaba ocupado en esta forma, el orador podía ir desarrollando sus argumentos; el rey<br />

levantaba sólo de tanto en tanto la vista, aunque lo suficiente para no olvidar al hombre,<br />

y al mismo tiempo, penetrándose de la expresión de sus ojos, juzgar las ideas que vertía.<br />

Cuando hablaba él mismo, y lo hacía bien, esa costumbre de dibujar quitaba todo aire de<br />

pretensión a su discurso; no tenía que hacer ningún gesto; podía interrumpirse o<br />

animarse a voluntad, y los trazos en el papel suplían los ornamentos de la palabra.<br />

El rey tomó la pluma, según su costumbre, y los ministros comenzaron la lectura de sus<br />

proyectos y notas diplomáticas.<br />

Luis XVI no movió los labios; dejó pasar el despacho extranjero como si no<br />

comprendiese una palabra de este trabajo.<br />

Pero cuando se llegó al detalle de las cuentas del mes, levantó la cabeza.<br />

El señor de Calonne había empezado la memoria relativa al empréstito proyectado para<br />

el año próximo.<br />

El rey púsose a borronear el papel con verdadero furor.<br />

—¡Siempre pidiendo prestado—dijo— sin saber cómo podrá pagarse! Esto es un<br />

problema, señor de Calonne, y un problema difícil.<br />

—Sire, un empréstito es una sangría hecha a un manantial; el agua desaparece de un<br />

punto para resurgir en otro. Es más, se ve doblada por las aspiraciones subterráneas. Y<br />

antes que nada, en lugar de decir cómo pagaremos, sería necesario preguntar: ¿cómo y<br />

dónde pediremos prestado? Porque el problema de que hablaba Vuestra Majestad no<br />

consiste en saber cómo se pagará, sino en averiguar dónde se hallará quién dé crédito.<br />

El rey convirtió el papel en un gran borrón, tal era su malhumor, pero no añadió una<br />

palabra; los rasgos de su semblante hablaban con harta elocuencia.<br />

Habiendo expuesto su plan el señor de Calonne, con la aprobación de sus colegas, el rey<br />

lo firmó, aunque suspirando.<br />

—Ahora que tenemos dinero— dijo riendo el señor de Calonne—, gastemos.

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