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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Rohan, a quien no tenía el honor de conocer. Me parece que fue un gesto de gran señor,<br />

y un Rohan de tan ilustre nobleza como vos debiera haberlo imitado en la restitución.<br />

Pero puesto que estimáis que esto no debe hacerse así, no hablemos más. Vuelvo a<br />

hacerme cargo del recibo. Adiós, monseñor.<br />

Y Cagliostro dobló fríamente el papel disponiéndose a guardarlo en su bolsillo.<br />

El cardenal le detuvo.<br />

—Señor conde— dijo—, un Rohan no admite de nadie lecciones de generosidad.<br />

Además, no se trata aquí sino de una cuestión de probidad. Os ruego, pues, caballero,<br />

que me entreguéis este recibo para pagaros.<br />

Cagliostro entonces, vaciló a su vez.<br />

En efecto, el pálido rostro, los ojos hinchados, la actitud vacilante del cardenal parecían<br />

despertar en él muy viva compasión.<br />

El cardenal, a pesar de su altivez, comprendió esta buena disposición de Cagliostro. Por<br />

un momento creyó que sería seguida de alguna proposición favorable.<br />

Pero de pronto la mirada del conde se endureció, una nube pasó a través de su ceño<br />

fruncido, y tendió el recibo al cardenal.<br />

El señor de Rohan, sumamente impresionado, no vaciló un momento; se dirigió hacia el<br />

armario que había señalado Cagliostro y sacó un montón de billetes de la caja de Aguas<br />

y Bosques; indicó luego con el dedo numerosos saquitos de plata y tiró de un pequeño<br />

cajón lleno de oro.<br />

—Señor conde— dijo—, aquí tenéis vuestras quinientas mil libras; os debo ahora tan<br />

sólo ciento cincuenta mil libras, en concepto de intereses, suponiendo que no admitáis<br />

interés compuesto, lo cual daría una cantidad más considerable. Voy a hacer arreglar<br />

dichas cuentas por mi administrador y a ofreceros las garantías debidas para asegurar<br />

este pago; sólo os ruego me concedáis un plazo.<br />

—Monseñor— respondió Cagliostro—, yo he prestado quinientas mil libras al señor de<br />

Rohan. El señor de Rohan me debe, pues, quinientas mil libras y nada más. Si hubiese<br />

deseado percibir esos intereses lo habría estipulado en el recibo. Mandatario o heredero<br />

de José Bálsamo, como gustéis, porque José Bálsamo está muerto, no debo aceptar otras<br />

sumas que las que constan en el reconocimiento; vos me las pagáis, yo las recibo y os<br />

doy las gracias, rogándoos que aceptéis mis saludos. Me hago cargo, pues, de los<br />

billetes, monseñor, y como necesito con urgencia la suma íntegra, enviaré a buscar el<br />

oro y la plata, que os suplico tengáis preparados.<br />

Y dichas estas palabras, a las que el cardenal no tenía nada que responder, Cagliostro<br />

guardó los billetes en su bolsillo, saludó respetuosamente al príncipe, en cuyas manos<br />

dejó el recibo, y salió.<br />

—La desgracia sólo cae sobre mí— suspiró el señor de Rohan después de la marcha de<br />

Cagliostro—, puesto que la reina está en condiciones de pagar y no tendrá ningún José<br />

Bálsamo inesperado que le vaya a reclamar una deuda de quinientas mil libras.<br />

CAPITULO LIX<br />

CUENTAS <strong>DE</strong> CASA<br />

Faltaban dos días para el primer pago indicado por la reina. El señor de Calonne no<br />

había cumplido todavía su promesa. Las cuentas no habían sido aún firmadas por el rey.<br />

Era que el ministro, demasiado atareado, parecía haber echado algo en olvido a la reina.<br />

Ella, por su parte, creía improcedente refrescar su memoria temiendo que con ello se<br />

menoscabara su dignidad real. Tenía su promesa, y esperaba.

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