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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—No comprendo— dijo deslumbrado el cardenal.<br />

—Me comprenderéis en seguida, monseñor; estoy seguro de ello.<br />

—¿Cómo?<br />

—Reconociendo vuestra firma.<br />

Y mostró un papel doblado al príncipe, quien de inmediato, sin necesidad de abrirlo,<br />

exclamó:<br />

—¡Mi recibo!<br />

—Sí, monseñor, vuestro recibo— respondió Cagliostro sonriendo ligeramente, pero<br />

atenuando el gesto con una fría reverencia.<br />

—No obstante lo quemasteis, yo vi la llama.<br />

—Yo eché este papel al fuego, ciertamente— dijo el conde—, pero el azar quiso que<br />

escribieseis sobre un trozo de amianto en lugar de hacerlo sobre un papel corriente, de<br />

manera que hallé el recibo sobre los carbones consumidos.<br />

—Caballero— comentó el cardenal con cierta altanería creyendo adivinar en la<br />

presentación del recibo una prueba de desconfianza—; tened por seguro que no hubiera<br />

negado la existencia de la deuda aun sin ese documento. Por lo tanto hicisteis mal en<br />

engañarme.<br />

—Os juro, monseñor, que no he tenido por un solo momento la intención de engañaros.<br />

El de Rohan hizo un gesto con la cabeza.<br />

—Me hicisteis creer, caballero, que la prueba había sido destruida.<br />

—Para dejaros gozar feliz y tranquilamente de las quinientas mil libras— respondió a su<br />

vez Bálsamo, con un ligero movimiento de hombros.<br />

—Pero en fin, caballero— prosiguió el cardenal—. ¿Cómo habéis dejado durante diez<br />

años esta cantidad pendiente de cobro?<br />

—Sabía, monseñor, en qué manos quedaba. Los acontecimientos, el juego, los ladrones,<br />

me han ido despojando de todos mis bienes. Pero sabiendo que tenía seguro el dinero,<br />

he tenido paciencia y he esperado hasta el último momento.<br />

—¿Y el último momento ha llegado?<br />

—¡Ay! Sí, monseñor.<br />

—¿De manera que no podéis esperar más?<br />

—Es absolutamente imposible para mí— respondió Cagliostro.<br />

—¿Por eso me pedís la devolución de vuestro dinero?<br />

—Por eso, monseñor.<br />

—¿Hoy mismo?<br />

—Si no tenéis inconveniente...<br />

El cardenal guardó un silencio que la desesperación dilataba.<br />

Después, con voz alterada, dijo:<br />

—Señor conde, los desgraciadas príncipes de la tierra no pueden improvisar las fortunas<br />

tan rápidamente como vosotros los encantadores que mandáis en los espíritus de la<br />

tinieblas y de la luz.<br />

—¡Oh, monseñor! tened la seguridad de que yo no os hubiese pedido esta cantidad, de<br />

no haber sabido de antemano que la teníais en casa.<br />

—¿Que yo tengo quinientas mil libras?— exclamó el cardenal.<br />

—Treinta mil libras en oro, diez mil en plata y el resto en bonos de caja.<br />

El señor de Rohan palideció...<br />

—Las cuales están en ese armario de Boule— añadió Cagliostro.<br />

—¿Sabéis eso, caballero?<br />

—Sí, monseñor, como también sé los sacrificios que os ha costado reunir esa suma. Me<br />

atrevo a decir que habéis pagado por ella el doble de su valor.<br />

—¡Oh! Es cierto.

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