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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—No sé por qué, pero me parece que conozco esta letra.<br />

—Id, pues, monseñor; tampoco arriesga uno mucho con la gente que promete dinero.<br />

Lo peor sería que no pagasen. Adiós, monseñor.<br />

—Condesa, hasta la vista.<br />

—Un momento. Aún debo deciros dos cosas.<br />

—¿Cuáles?<br />

—Si por casualidad se os ofrece una cantidad importante...<br />

—Decid, condesa.<br />

—Algo perdido: un hallazgo, un tesoro, un...<br />

—Entiendo vuestra sutileza: los dos a medias. ¿Es eso lo que queréis decir?<br />

—Quizá sí, monseñor...<br />

—Si me habéis traído la felicidad, ¿por qué no os he de tener en cuenta? ¿Cuál es la otra<br />

cosa que me queréis decir?<br />

—No os dediquéis a derrochar las seiscientas mil libras.<br />

—No lo temáis.<br />

Y se separaron. Después, el cardenal regresó a París envuelto en un halo de felicidad<br />

celestial. La vida había cambiado por completo para él desde hacía dos horas. Si no<br />

fuera más que amante, la reina acababa de darle más de lo que se habría atrevido a<br />

esperar de ella; si era ambicioso, ella le proporcionaría todavía más.<br />

El rey, hábilmente guiado por su mujer, sería el instrumento de una fortuna que nada<br />

podía detener. El cardenal abundaba en ideas, tenía más genio político que cualquiera de<br />

sus rivales, entendía la marcha del progreso y burlaría al clero a favor del pueblo para<br />

formar una de esas sólidas mayorías que gobiernan largo tiempo por la fuerza y por el<br />

derecho.<br />

Poner a la cabeza de ese movimiento de reforma a la reina, a la que adoraba después de<br />

haber cambiado el desafecto siempre creciente en una estimación sin igual, era el sueño<br />

del prelado, y una sola palabra de ternura de María Antonieta podía trocarlo en realidad.<br />

Entonces renunciaba a sus fáciles triunfos, el mundano se hacía filósofo y el ocioso se<br />

convertía en un trabajador infatigable. Es una labor sugestiva para los grandes<br />

caracteres cambiar la negación que hay en el libertinaje por la fatiga del estudio. El<br />

príncipe de Rohan iba todavía más lejos, arrastrado por ese veneno que se llama el amor<br />

y la ambición.<br />

Se puso a la obra desde el momento de su vuelta a París, quemando inmediatamente una<br />

caja llena de billetes amorosos. Llamó a su intendente para ordenarle reformas, hizo<br />

afinar plumas por su secretario para escribir sus memorias sobre la política de<br />

Inglaterra, que él conocía muy bien, y después de una hora de trabajo, cuando empezaba<br />

a sentirse dueño de sí mismo, un campanillazo le advirtió que había llegado una visita<br />

importante.<br />

Un húsar se detuvo en el umbral.<br />

—¿Quién es?<br />

—El caballero que le ha escrito esta mañana, monseñor.<br />

—Ese caballero tendrá un nombre. Preguntádselo.<br />

El húsar volvió poco después.<br />

—El señor conde de Cagliostro.<br />

—Que entre —dijo el príncipe estremeciéndose.<br />

Luego de entrar el conde, las puertas se cerraron.<br />

—Formidable —exclamó el cardenal—. ¿Qué es lo que veo?<br />

—¿No es verdad, monseñor —dijo De Cagliostro, sonriendo—, que apenas he<br />

cambiado?

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