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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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esó con devoción y gratitud. Seguidamente pidió licencia para retirarse, creyendo ser<br />

inoportuno, lo que la colmó de alegría. Un simple amigo no molesta nunca, y un<br />

indiferente todavía menos.<br />

Así fue la entrevista que cerró las heridas del corazón del cardenal. Salió de la cámara<br />

de la reina entusiasmado, ebrio de esperanza, y dispuesto a demostrarle a Juana de la<br />

Motte un reconocimiento sin límites por la negociación que había llevado a cabo tan<br />

felizmente.<br />

Juana le esperaba en su carroza, y le preguntó después de la primera explosión de su<br />

gratitud.<br />

—¿Seréis Richelieu o Mazarino? ¿El labio austriaco os ha impulsado a la ambición o a<br />

la ternura? ¿Estáis lanzado para la política o para la intriga?<br />

—No os riáis, querida condesa. Estoy loco de alegría.<br />

—Os comprendo.<br />

—Ayudadme, y en tres semanas podré conseguir un Ministerio.<br />

—¿En tres semanas? Es mucho tiempo. El desenlace de esos primeros acontecimientos<br />

hace que lo fijemos para dentro de quince días.<br />

—Todas las alegrías llegan a la vez; la reina tiene dinero y me pagará; quedará el mérito<br />

de la intención solamente. Es demasiado poco, condesa, para tanto honor. Dios es<br />

testigo de que habría pagado voluntariamente esta reconciliación al precio de seiscientas<br />

mil libras.<br />

—Estad tranquilo —le dijo la condesa sonriendo—. Tendréis ese mérito por encima de<br />

los demás. ¿No tenéis bastante con eso?<br />

—Confieso que lo preferiría; así la reina me estaría obligada.<br />

—Monseñor, algo me dice que gozaréis de esa satisfacción. ¿Estáis preparado para ello?<br />

—He hecho vender mis últimos bienes y he empeñado para todo el año próximo mis<br />

entradas y mis beneficios.<br />

—¿Tenéis las seiscientas mil libras entonces?<br />

—Las tengo; pero después de hacer ese pago, no sabía cómo continuar.<br />

—Ese pago nos proporciona un trimestre de tranquilidad. En tres meses, qué de<br />

acontecimientos, buen Dios.<br />

—Es verdad, pero el rey me ha ordenado que no contraiga más deudas.<br />

—Una estancia de dos meses en un Ministerio pondrá todas vuestras cuentas al día.<br />

—Oh, condesa...<br />

—No os rebeléis. Si no lo hicierais, vuestros primos lo harían.<br />

—Tenéis siempre razón. ¿Adonde vais ahora?<br />

—A ver a la reina y saber el efecto que le ha producido vuestro obsequio.<br />

—Muy bien. Yo vuelvo a París.<br />

—Es una buena táctica: no abandonar el terreno.<br />

—Es preciso, desgraciadamente, que devuelva una visita que he recibido esta mañana<br />

antes de salir.<br />

—¿Una visita?<br />

—Bastante seria, si juzgo por el contenido del billete que me han enviado. Vedlo.<br />

—Letra de hombre —dijo la condesa.<br />

«Monseñor, alguien quiere hablar con voz sobre el cobro de una importante cantidad.<br />

Esa persona se presentará esta noche en vuestra casa de París con la esperanza de que le<br />

concedáis una audiencia.»<br />

—¿Anónimo...? Un mendigo.<br />

—No, condesa; nadie se expone alegremente a ser apaleado por mis criados por haber<br />

jugado conmigo.<br />

—¿Lo creéis así?

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