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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Felipe miró asombrado a su hermana.<br />

—¿Por qué me decís eso?<br />

—Por nada —repuso generosamente Andrea, que retrocedió ante la idea de descender a<br />

explicaciones o confidencias—. Estoy aturdida y no me fijo en lo que digo.<br />

—Sin embargo...<br />

—No prosigamos, querido hermano. He venido para que me acompañéis a un convento;<br />

he escogido Saint-Denis; no haré allí mis votos, estad tranquilo. Eso será más tarde si<br />

acaso. En lugar de buscar en un asilo lo que la mayor parte de las mujeres quieren<br />

encontrar en él, el olvido, yo voy allí a pedir memoria. Me parece que he olvidado<br />

demasiado al Señor. Él es el solo rey, el solo dueño, el único consuelo, y el único que<br />

realmente nos castiga. Acercándome a Él, hoy que le comprendo, conseguiré la paz<br />

interior que no me ha concedido el mundo con todo su poder y su riqueza. En la<br />

soledad, ese umbral de la beatitud eterna; en la soledad, Dios habla al corazón del<br />

hombre y el hombre habla al corazón de Dios.<br />

Felipe detuvo a Andrea con un ademán, diciéndole:<br />

—Recordad que moralmente me opongo a ese desesperado deseo; vos no me habéis<br />

confiado las causas de vuestra desesperación.<br />

—¿Desesperación? —repuso Andrea con glacial desdén—. Gracias a Dios, no me voy<br />

desesperada. No lo penséis, Felipe.<br />

Y con gesto altivo recogió el manto de seda que había dejado en un sillón, poniéndoselo<br />

sobre los hombros.<br />

—Puesto que no admitís la palabra desesperación, aceptad la palabra despecho.<br />

—¡Despecho! —exclamó Andrea con una sonrisa en la que se reflejaba su orgullo—.<br />

Vos no podéis creer que mademoiselle de Taverney sacrifique su vida por un arrebato,<br />

por un momento de despecho. El despecho es la debilidad de las coquetas o de las<br />

necias. No sé qué es el despecho, Felipe. Dejadme que os haga una pregunta. Si mañana<br />

os retiraseis a la Trapa, si os hicieseis cartujo, ¿qué nombre le daríais al motivo que os<br />

habría impulsado a esa resolución?<br />

—Diría que obedece a una tristeza incurable —contestó Felipe como si pensase en su<br />

propio dolor.<br />

—Justo, Felipe, he aquí la palabra más acertada. Sí, es una tristeza incurable lo que me<br />

empuja a la soledad.<br />

Andrea creyó que el hermano, impulsado por su emoción, le haría nuevas preguntas,<br />

pero Felipe sabía por experiencia que las grandes almas se bastan por sí mismas, y se<br />

resignó con su decisión.<br />

—¿A qué hora o qué día pensáis partir?<br />

—Mañana y aun hoy mismo si hubiese tiempo.<br />

—¿No daremos un último paseo por el parque?<br />

—No.<br />

Felipe comprendió en el apretón de manos que siguió a la negativa que Andrea quería<br />

evitar que tratase de hacerla rectificar.<br />

—Estaré dispuesto para cuando queráis —y le besó la mano, sin agregar una sola<br />

palabra que podría haber dado paso a la amargura que intentaba disimular.<br />

Andrea, después de hacer los primeros preparativos, se retiró a su alcoba, donde recibió<br />

este billete de Felipe:<br />

«Podéis ver a nuestro padre a las cinco de la tarde. El adiós es indispensable.»<br />

Andrea le contestó:<br />

«A las cinco iré a despedirme de monsieur de Taverney, vestida ya para el viaje. A las<br />

siete podemos llegar a Saint-Denis. ¿Me concederéis vuestra velada?»

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