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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Abandonarme? ¿Es que os vais?<br />

—Sí, Majestad.<br />

—¿Pero adonde? ¿A qué se debe una marcha tan inesperada?<br />

—Madame, no soy feliz en mis afectos... familiares —dijo Andrea enrojeciendo.<br />

La reina enrojeció también, y en la mirada que se cruzaron pareció que fuesen dos<br />

aceros que se enfrentaban.<br />

—Os aseguro que no os comprendo —dijo María Antonieta—. Ayer me parecisteis<br />

feliz.<br />

—No, madame —repuso firmemente Andrea—. Ayer fue uno de los días más<br />

desdichados de mi vida.<br />

—Oh... —murmuró la reina, quedando un instante pensativa, y diciendo luego—:<br />

Explicaos.<br />

—Tendré que fatigar a Vuestra Majestad con detalles que sólo os pueden desagradar.<br />

No tengo ninguna satisfacción en mi familia, y como ya no espero nada de los bienes de<br />

la tierra, vengo a pedir permiso a Vuestra Majestad para consagrarme a mi salvación.<br />

No obstante lo que el ruego de Andrea hería su orgullo, se acercó a Andrea y le cogió<br />

una mano.<br />

—¿Qué significa ese propósito tan descabellado? ¿No teníais ayer un hermano y un<br />

padre? ¿Eran menos fastidiosos y menos desagradables que hoy? ¿Me creéis capaz de<br />

dejaros en esa confusión, y no soy acaso una madre de familia que protege a los que no<br />

la tienen?<br />

Andrea empezó a temblar como si fuera culpable, e inclinándose ante la reina, dijo:<br />

—Madame, vuestra bondad me emociona, pero he resuelto abandonar la corte; necesito<br />

la soledad de un convento.<br />

—¿Desde ayer, entonces?<br />

—Ruego a Vuestra Majestad que no me ordene explicar más motivos.<br />

—Está bien, pues sois libre —dijo la reina con amargura—. Sólo que yo puse en vos<br />

una confianza que creía que merecería la vuestra. Pero sería una torpeza querer hacer<br />

hablar a quien no quiere. Guardaos vuestro secreto, y Dios quiera que halléis la felicidad<br />

que no habéis encontrado aquí. Pero recordad que mi afecto hacia vos seguirá siendo el<br />

mismo, que seguiré viéndoos como una amiga. Ahora, Andrea, podéis iros. Sois libre.<br />

Andrea hizo una reverencia para irse, pero al llegar a la puerta la reina volvió a llamarla.<br />

—¿Adonde vais a ir, Andrea?<br />

—A la abadía de Saint-Denis, madame.<br />

—¿A un convento? Quizá no tenéis nada que reprocharos; ¿pero no creéis que sois<br />

culpable de ingratitud? En fin... Adiós, mademoiselle de Taverney.<br />

Sin dar las explicaciones que aún esperaba el buen corazón de la reina, Andrea<br />

agradeció el permiso que acababa de concederle y salió.<br />

María Antonieta vio poco después que mademoiselle de Taverney abandonaba el<br />

palacio, la cual se fue directamente a la residencia de su padre, donde esperaba<br />

encontrar a Felipe en el jardín. El hermano soñaba y la hermana actuaba. Ante el<br />

aspecto de Andrea, y sabiendo que su servicio debía retenerla en palacio a aquella hora,<br />

Felipe la miró sorprendido, y casi asustado al fijarse en su tristeza, pues siempre<br />

aparecía ante él con la más tierna de las sonrisas. Y lo mismo que la reina, empezó a<br />

hacerle preguntas.<br />

Andrea le comunicó que había pedido licencia para abandonar el servicio a la reina, que<br />

se la había concedido y que iba a entrar en un convento.<br />

Felipe se quedó anonadado, como si le hubieran pegado un mazazo.<br />

—¿Qué? ¿Vos también, hermana?<br />

—¿Yo también? ¿Qué queréis decir?

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