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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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doctor preguntas tan precisas acerca de su próxima convalecencia, sobre el régimen que<br />

debía seguir y sobre los medios de transporte, que el médico llegó a creer en una recaída<br />

más peligrosa y de otro orden.<br />

De Charny le desengañó pronto; se parecía a esos hierros enrojecidos al fuego en que su<br />

color se debilita a medida que el calor disminuye su intensidad. El hierro es negro y no<br />

dice nada nuevo a la mirada, pero todavía está bastante caliente para devorar todo lo que<br />

se le ponga delante.<br />

Louis vio al joven recobrar la calma y la lógica de sus mejores días. De Charny, más<br />

juicioso que nunca, se creyó obligado a explicar al médico su brusco cambio de<br />

decisión.<br />

—La reina —le dijo— me ha curado mejor avergonzándome que vuestra ciencia,<br />

querido doctor. Atacarme por el lado del amor propio, ha sido domarme como se doma<br />

a un caballo con el freno. Sí, me acuerdo de que un español me dijo un día, para<br />

probarme su fuerza de voluntad, que le había bastado, en un duelo del que salió herido,<br />

apretarse los bordes de la herida para que no saliese la sangre y regocijase a su<br />

adversario. Yo me reí del español, pero me parezco un poco a él, porque si ese delirio<br />

que me reprocháis se repitiese, yo lo vencería diciéndole: «Delirio y fiebre, cesad de una<br />

vez.»<br />

—Tenemos ejemplos de ese fenómeno —dijo gravemente el doctor—, y permitidme<br />

que os felicite. ¿Os sentís moralmente curado?<br />

—Sí.<br />

—Entonces, no tardaréis en ver la relación que hay entre lo moral y lo físico en un ser<br />

humano.<br />

—Es una interesante teoría que yo trataría en un libro si tuviera tiempo. Sano el espíritu,<br />

estaréis sano de cuerpo en ocho días.<br />

—Mi querido doctor, gracias.<br />

—¿Estáis decidido a iros?<br />

—Cuando vos digáis.<br />

—Esperemos la noche. Proceder precipitadamente es siempre temerario. ¿Vais a ir<br />

lejos?<br />

—Al fin del mundo si es necesario.<br />

—Es demasiado lejos para la primera salida. ¿Nos contentamos con dejar Versalles<br />

primero?<br />

—Conforme.<br />

—Eso no significa desterraros, sino recurrir a remedios heroicos para curar vuestra<br />

herida.<br />

—Muy bien, doctor; tengo una casa en Versalles, pero es mejor que la olvide.<br />

—Creo que sí.<br />

—Es posible que no me hayáis entendido. Lo que quisiera sería dar una vuelta por mis<br />

tierras.<br />

—Lo veo acertado. Además, vuestras tierras no están en el fin del mundo.<br />

—En la frontera de Picardía, a quince o dieciocho leguas de aquí.<br />

—Pues no lo penséis más.<br />

De Charny estrechó la mano del doctor, agradeciéndole su delicadeza. Y de noche, los<br />

cuatro criados que trataron a De Charny con tanta rudeza en la primera tentativa, lo<br />

llevaron a su carroza, que le esperaba en el patio.<br />

El rey estuvo cazando todo el día, y después de cenar se acostó. A De Charny, un poco<br />

preocupado por irse sin haber pedido licencia, le tranquilizó el doctor prometiéndole<br />

que justificaría su marcha defendiendo la necesidad de un cambio.

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