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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—En conseguir que quiera ir a otro sitio ese pobre loco, que se morirá aquí por poco<br />

que le dure esa fiebre.<br />

—¿Se curará, entonces, en otro sitio? —preguntó Andrea, orillándole en los ojos el<br />

amor y el dolor.<br />

El doctor la miró sorprendido e inquieto.<br />

—Creo que sí.<br />

—¡Que triunfe, Señor, que triunfe!<br />

LIV<br />

CONVALECENCIA<br />

La reina se dirigió sin vacilar al sillón de De Charny, quien levantó la cabeza al oír unos<br />

pasos.<br />

—La reina... —murmuró, tratando de levantarse.<br />

—La reina, sí —se apresuró a decir María Antonieta—. La reina, que sabe cómo os<br />

empeñáis en perder la razón y la vida; la reina, a quien ofendéis soñando y la ofendéis<br />

despierto; la reina, que ni con el pensamiento se la agravie y que vela por vuestra salud.<br />

He aquí por qué viene a veros, y no es así como debéis recibirla.<br />

De Charny se había levantado, tembloroso, pálido, y ante las últimas palabras de la<br />

reina, por el dolor físico y por el dolor moral, cayó de rodillas como un culpable.<br />

—¿Es posible —continuó la reina, emocionada ante su respeto y su silencio—, es<br />

posible que un famoso gentilhombre y de los más leales pueda agredir la reputación de<br />

una mujer? Porque, monsieur de Charny, desde la primera vez que me visteis, no<br />

mirasteis en mí a la reina, como yo he querido, sino a la mujer, olvidando lo que un<br />

gentilhombre no podía olvidar.<br />

De Charny, emocionado, abrumado, intentó hablar, sin que María Antonieta le dejase.<br />

—¿Qué dirán mis enemigos si vos les ofrecéis el ejemplo de la traición?<br />

—¿De la traición? —balbució De Charny.<br />

—Decidme: o sois un insensato, o sois un traidor.<br />

—Madame, no digáis que soy un traidor. En los reyes esta acusación precede a la pena<br />

de muerte; en una mujer es su deshonra. Si sois reina, matadme; si sois mujer,<br />

desterradme.<br />

—¿Estáis en vuestro juicio, monsieur de Charny? —preguntó la reina, con voz alterada.<br />

—Sí, madame.<br />

—¿Tenéis conciencia de vuestros errores respecto a mí, de vuestro crimen respecto... al<br />

rey?<br />

—¡Dios mío! —murmuró el infortunado.<br />

—Porque, lo olvidáis demasiado fácilmente, señores gentiles-hombres; el rey es el<br />

esposo de esta mujer que insultáis levantando los ojos hacia ella; el rey es el padre de<br />

vuestro futuro rey, mi Delfín. El rey es un hombre más grande que todos vosotros, un<br />

hombre al que amo y venero.<br />

—Dios mío... —repitió De Charny, tras un sordo gemido y cayendo de rodillas, casi<br />

tendido.<br />

Un gemido que trastornó a la reina, pues en sus ojos y en su voz comprendió que a su<br />

herida le había añadido otra herida más honda. María Antonieta, misericordiosa y dulce,<br />

se apiadó de él y estuvo a punto de llamar, pero se contuvo pensando que el doctor y<br />

Andrea interpretarían erróneamente el desmayo del enfermo. Y lo levantó con sus<br />

propias manos.<br />

—Hablemos —dijo—, yo como reina y vos como hombre. El doctor Louis ha tratado de<br />

curaros; esta herida, que no era nada, ha empeorado por vuestras extravagancias.

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