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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—No, ni una palabra más.<br />

—Ahora le inspira la ternura. Ved cómo ruega.<br />

En efecto, De Charny acababa de levantarse y unía sus manos, fijando los ojos con una<br />

expresión de asombro en el vago y quimérico infinito.<br />

—María —dijo, con voz nítida y dulce—, yo sentí que vos me amabais. Vuestro pie se<br />

acercó al mío en el coche de alquiler, y sentí que desfallecía. Vuestra mano rozó la<br />

mía... ¡Oh...!, es el secreto de mi vida. La sangre se agita en mis venas, María, pero el<br />

secreto no saldrá como mi sangre, la que me ha hecho verter mi enemigo al clavarme su<br />

espada. Pero si él sabe algo de mi secreto, es el mío y no el vuestro. No temáis nada,<br />

María; no me digáis que vos también me amáis.<br />

—Estas palabras no se las dicta su fiebre —dijo el doctor—. Eso es...<br />

—¿Qué es? —preguntó la reina, con inquietud.<br />

—Éxtasis, madame; el éxtasis es una prolongación de la memoria. La memoria del<br />

alma.<br />

—Ya he oído bastante —repuso la reina, tratando de huir.<br />

El doctor la detuvo cogiéndole una mano.<br />

—Madame, ¿qué deseáis?<br />

—Nada, doctor; nada.<br />

—¿Y si el rey quiere ver a vuestro protegido?<br />

—Sería una desgracia.<br />

—¿Qué le diré?<br />

—No lo sé. Lo que he oído ha sido horrible y me ha deshecho.<br />

—Os habéis contagiado de la fiebre de ese oficial. Vuestro pulso está más agitado<br />

todavía que el suyo.<br />

La reina no respondió, soltó la mano del médico y desapareció.<br />

LII<br />

DON<strong>DE</strong> SE <strong>DE</strong>MUESTRA QUE <strong>LA</strong> AUTOPSIA D<strong>EL</strong> CORAZÓN<br />

ES MAS DIFÍCIL QUE <strong>LA</strong> D<strong>EL</strong> CUERPO<br />

El doctor se quedó pensativo, mientras veía alejarse a la reina. Después se dijo: «Hay en<br />

este castillo misterios que no pertenecen a la ciencia. Contra ciertos males, una sangría<br />

puede bastar, pero al corazón no se le sangra».<br />

Luego, como el acceso había cedido, cerró los ojos de De Charny, le refrescó las sienes<br />

con agua y vinagre y dispuso esos cuidados que transforman la atmósfera ardiente del<br />

enfermo en un paraíso. Al ver que el herido trocaba sus arrebatos por suspiros y que<br />

sólo murmuraba incoherencias, se dijo: «No sólo habría espejismos, sino influencia, su<br />

delirio parecía anticiparse a la visita que ha recibido; los átomos humanos se desplazan<br />

como se desplaza en el reino vegetal el polvo fecundante; si el pensamiento tiene<br />

comunicaciones invisibles, los corazones poseen relaciones secretas».<br />

De pronto, se estremeció y se volvió a medias, escuchando a la vez con el oído y con la<br />

mirada. «¿Quién está ahí?» Acababa de oír como un murmullo y un roce de vestidos en<br />

el extremo del corredor. «Es imposible que sea la reina». Cautamente, abrió una puerta<br />

que daba al corredor, y vio a diez pasos de él una mujer inmóvil y parecida a la estatua<br />

fría e inerte de la desesperación.<br />

Era de noche, y la débil luz del corredor no alcanzaba los extremos, pero por una<br />

ventana se filtraba un rayo de luna que caía sobre ella. El doctor, sin hacer el menor<br />

ruido, rápidamente abrió la puerta detrás de la cual se ocultaba aquella mujer, quien<br />

ahogó un grito, tendió las manos y encontró las del doctor Louis.

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