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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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«Lógico —se dijo—. Yo me haré prender, devolveré las cien mil libras, pero no le<br />

servirá de nada a Olive. Me arruinaré, le demostraré que la amo como un insensato, pero<br />

mereceré que ella me diga: "Has sido un bruto; tienes que quererme menos y salvarme."<br />

Nada, lo que hay que hacer es asegurar el dinero, que es la fuente de la libertad, de la<br />

felicidad y la filosofía.»<br />

Seguidamente, Beausire se apretó los billetes sobre el corazón y a zancada de galgo se<br />

fue hacia el Luxemburgo, adonde no iba más que por instinto hacía una hora y adonde<br />

había ido cien veces a buscar a Olive, y por lo tanto dejó que sus piernas le llevasen allá.<br />

Para un hombre tan aferrado a lógica era un pobre razonamiento.<br />

En efecto, los arqueros, que sabían las costumbres de los ladrones como Beausire sabía<br />

las de los arqueros, habrían ido a buscar a Beausire al Luxemburgo. Pero el cielo, o el<br />

diablo, había resuelto que De Crosne fracasase esa vez contra Beausire.<br />

Cuando el amante de Nicolasa daba la vuelta por la calle Saint-Germain-des-Prés estuvo<br />

a punto de ser atropellado por una lujosa carroza cuyos briosos caballos corrían hacia la<br />

calle Dauphine. Pero gracias a esa agilidad muy parisiense, Beausire tuvo tiempo de<br />

esquivar el golpe, aunque no pudo evitar el latigazo del cochero, pero un propietario de<br />

cien mil libras no se detiene por un miserable vergajazo, sobre todo cuando las<br />

compañías de la Etoile y los esbirros de De Crosne le siguen el rastro. Y lo que hizo<br />

Beausire fue pegar un brinco para salvarse de los cascos y de otra caricia del cochero,<br />

pero lo que vio al recobrar el equilibrio fue a Olive en la carroza y hablando muy<br />

animadamente con un sujeto elegantemente vestido. Beausire soltó un rugido que casi<br />

azuzó a los caballos, y habría seguido al carruaje, pero se dirigía a la calle Dauphine, la<br />

única de París por la que él no estaba dispuesto a meterse por nada del mundo en aquel<br />

momento. Y por otro lado pensaba que la aparición de Olive en aquel carruaje era un<br />

producto de su imaginación; visiones absurdas, fantasmas entrevistos en estado de<br />

embriaguez, algo que no podía ser verdad. Había, además, una razón que lo<br />

corroboraba, y era que Olive no podía estar en la carroza toda vez que los arqueros la<br />

habían detenido en su casa de la calle Dauphine.<br />

El pobre Beausire, agotado moral y físicamente, se lanzó por la calle de Fosses-<br />

Monsieur-le-Prince, llegó al Luxemburgo, atravesó el distrito ya desierto y terminó<br />

fuera de las puertas de la ciudad, refugiándose en un sórdido edificio cuya dueña tenía<br />

para él toda clase de atenciones.<br />

Se instaló en este cuchitril, escondió los billetes bajo una baldosa, arrastró hasta la<br />

baldosa un pie de la cama y se acostó, sudoroso, y soltando juramentos, pero<br />

amenizándolos con expresiones de gratitud a Mercurio, y sus náuseas febriles las atenuó<br />

con una infusión de vino azucarado con canela, un brebaje muy propio para reactivar la<br />

transpiración de la piel y la confianza del corazón.<br />

Estaba seguro de que la policía no le encontraría; estaba seguro de que nadie le quitaría<br />

su dinero; estaba seguro de que Nicolasa, aunque la hubiesen detenido, no era culpable<br />

de nada, por lo que sería la suya una reclusión sin motivo. En fin, él estaba seguro de<br />

que las cien mil libras le servirían incluso para sacar de la prisión, si esto sucediera, a<br />

Olive, su inseparable compañera.<br />

Quedaban los compañeros de la embajada; con ellos la cuenta era más difícil de<br />

arreglar. Pero Beausire había previsto todas las dificultades. Se quedarían en Francia y<br />

él se iría a Suiza, a la espera de que Olive recobrase la libertad.<br />

Nada de lo que pensaba Beausire, mientras bebía el vino caliente, sucedería según sus<br />

previsiones; estaba escrito.<br />

El hombre comete casi siempre la equivocación de figurarse que ve las cosas cuando no<br />

las ve, y comete todavía el error de figurarse que no las ha visto cuando realmente las ha<br />

visto.

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