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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Mientras se acomodaban en los sillones ofrecidos por Beausire, éste continuaba<br />

estudiándolos y acechaba la mirada del embajador, para dirigir convenientemente la<br />

conversación.<br />

El portugués conservaba su postura digna y oficial.<br />

Boehmer, el hombre de las iniciativas, tomó la palabra en esta difícil circunstancia,<br />

explicando que razones políticas de alta importancia le impedían proseguir la<br />

negociación comenzada.<br />

El embajador emitió un gruñido de protesta y el primer secretario roncó un «¡uf!» que<br />

coreó Su Excelencia.<br />

Boehmer estaba cada vez más confuso, pero no cedió, ni cuando el embajador,<br />

traducido por Beausire, le recordó que la venta se había convenido y que el dinero del<br />

anticipo estaba a su disposición. Y agregó que su Gobierno debía tener conocimiento de<br />

la conclusión de la venta y que romperla era exponer a Su Majestad portuguesa a una<br />

afrenta.<br />

Boehmer arguyó que había pensado en las consecuencias, pero que volver al acuerdo<br />

inicial era imposible.<br />

Beausire no transigía con la ruptura, y advirtió a Boehmer con un lenguaje inequívoco<br />

que romper el convenio era de mal negociante y de hombre sin palabra.<br />

Bossange tomó entonces la palabra para defender la seriedad, nunca en entredicho, de la<br />

casa Boehmer y Bossange. Pero no fue elocuente.<br />

Beausire le cerró la boca con una sola pregunta.<br />

—¿Vos habéis encontrado un mejor postor?<br />

Los joyeros, que no estaban muy fuertes en política y que tenían de la diplomacia en<br />

general y de los diplomáticos portugueses en particular una idea excesivamente alta,<br />

enrojecieron, creyéndose adivinados.<br />

Beausire vio que había dado en el clavo, y como le importaba terminar un asunto que<br />

significaba una fortuna, fingió consultar en portugués al embajador.<br />

—Señores —dijo entonces a los joyeros—, os ofrecen un beneficio, y nada más natural;<br />

esto prueba que los diamantes tienen un precio muy elevado. Pues bien, Su Majestad<br />

portuguesa no quiere hacer sino una buena compra que beneficie a los comerciantes<br />

honrados. ¿Hay que ofrecer cincuenta mil libras?<br />

Boehmer hizo un gesto negativo.<br />

—¿Cien mil, ciento cincuenta mil libras? —continuó Beausire, decidido a ofrecer un<br />

millón con tal de ganar la parte que le correspondía de seiscientas mil libras.<br />

Los joyeros se quedaron durante un momento abrumados, después de haberse<br />

consultado entre sí.<br />

—No, señor secretario. No os toméis el trabajo de tentarnos; la venta se ha efectuado.<br />

Una voluntad más poderosa que la nuestra nos ha ordenado vender el collar en el país.<br />

Sin duda comprenderéis de qué se trata. Excusadnos; no es que nosotros rehusemos, no<br />

hubiéramos hecho semejante cosa; es de alguien más grande que nosotros, más grande<br />

que vos, de quien nace la oposición.<br />

Beausire y el portugués no supieron qué contestar. Hicieron un ademán de cumplido a<br />

los joyeros y trataron de mostrarse indiferentes, sin darse cuenta de que en la<br />

antecámara el comendador ayuda de cámara escuchaba detrás de una puerta, para saber<br />

cómo iba el negocio del cual se le quería excluir. Pero el digno asociado fue tan torpe<br />

que al inclinarse sobre la puerta resbaló y cayó, haciendo un ruido que alarmó a<br />

Beausire, quien corrió a la antecámara y encontró al desgraciado tratando de levantarse.<br />

—¿Qué haces aquí, desdichado? —gritó Beausire.<br />

—Monsieur —respondió el comendador—, traía el correo de esta mañana.<br />

—Dádmelo todo y salid de aquí.

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