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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Y entonces, ¿por qué no lo ha comprado?<br />

—Porque se lo rechazó al rey, y volverse atrás de una decisión que le ha valido tantos<br />

elogios a Su Majestad, sería demostrar que es caprichosa.<br />

—La reina está por encima del qué dirán.<br />

—Sí, cuando es el pueblo, o cuando son los cortesanos los que hablan, pero no cuando<br />

se trata del rey.<br />

—¿No sabéis que el rey quiso regalar el collar a la reina?<br />

—Sí, pero también le agradeció que no lo quisiera.<br />

—¿Y cuál es vuestra conclusión?<br />

—Que a la reina le gustaría tener el collar, sin que pareciese que era ella quien lo<br />

compraba.<br />

—Os engañáis, monsieur Boehmer. No hay nada de eso.<br />

—Entonces es lamentable, monseñor, porque habría sido la más poderosa razón que<br />

tendríamos para faltar a nuestra palabra con el embajador de Portugal.<br />

El cardenal estaba pensativo. Por muy sutil que sea la diplomacia de los diplomáticos, la<br />

de los comerciantes tiene mayor solidez. La diplomacia negocia casi siempre valores<br />

que no posee, y el mercader tiene entre sus garras el objeto que excita la curiosidad.<br />

Viendo que estaba a merced del vendedor, dijo el cardenal:<br />

—Monsieur, suponed que la reina desea vuestro collar.<br />

—Esto lo cambiaría todo, monseñor. Puedo romper cualquier compromiso cuando se<br />

trata de dar la preferencia a la reina.<br />

—¿En cuánto lo vendéis?<br />

—En seiscientas mil libras.<br />

—¿Cómo condicionáis el pago?<br />

—El portugués me hacía un anticipo y yo llevaría el collar a Lisboa, donde se me<br />

abonaría la totalidad.<br />

—Este modo de pago no es viable con nosotros, monsieur Boehmer; un anticipo sí lo<br />

tendréis, si es razonable.<br />

—Cien mil libras.<br />

—Se pueden encontrar. ¿Y el resto?<br />

—¿Su Eminencia necesita tiempo? Con la garantía de Su Eminencia, la operación se<br />

simplifica. Únicamente que la tardanza implica una pérdida, porque, fijaos, monseñor,<br />

que en un acuerdo comercial de esta importancia las cifras crecen, ilógicamente si se<br />

quiere. Los intereses de seiscientas mil libras, con una garantía de un cinco por ciento,<br />

se elevan a setenta y cinco mil libras, y la ganancia de un cinco es una ruina para los<br />

comerciantes. El diez por ciento es regularmente la tasa aceptable.<br />

—Significaría ciento cincuenta mil libras, según vuestra cuenta.<br />

—Exacto, monseñor.<br />

—Pongamos que vos vendéis el collar en setecientas mil libras, monsieur Boehmer, y<br />

dividís el pago de ciento cincuenta mil libras que quedan en tres plazos a satisfacer en<br />

un año. ¿Estáis de acuerdo?<br />

—Monseñor, perdemos cincuenta mil libras en la operación.<br />

—Creo que no. Si obtuvieseis mañana las ciento cincuenta mil libras os sería algo<br />

embarazoso, pues un joyero no compra tierras de ese precio.<br />

—Somos dos, monseñor; mi socio y yo.<br />

—Ya lo sé, pero no importa, y quedaréis mucho más satisfechos cuando cobréis las<br />

quinientas mil libras, o sea doscientas cincuenta mil cada uno.<br />

—Monseñor olvida que estos diamantes no nos pertenecen. Si fuesen nuestros, seríamos<br />

lo bastante ricos para no tener que inquietarnos por las condiciones de pago ni por el<br />

sitio donde estuviesen los fondos.

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