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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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¿Estos segundos tuvieron por objeto hacer esperar en su antecámara a un príncipe de la<br />

Iglesia o le eran necesarios a Juana de la Motte para perfilar su plan?<br />

El príncipe apareció en la puerta.<br />

En su casa, y enviando a buscar al cardenal, y sintiendo tanta alegría porque el cardenal<br />

estaba allí, ¿Juana tenía, pues, un plan? Seguramente sí, porque la fantasía de María<br />

Antonieta, parecida a uno de esos fuegos fatuos que salpican un valle en sombras; su<br />

fantasía de reina, y sobre todo de mujer, acababa de abrir a los ojos de la intrigante<br />

condesa los secretos pliegues de un alma tortuosa y lo suficientemente cauta para<br />

ocultarlos.<br />

El camino es largo desde Versalles a París, y cuando se recorre llevando consigo el<br />

demonio de la ambición, se tiene tiempo para redondear los cálculos más audaces.<br />

Juana sentía como si la embriagase la cifra de seiscientas mil libras, esparcida en<br />

diamantes sobre el satén blanco del cofrecillo de Boehmer y Bossange.<br />

¡Seiscientas mil libras! ¿No eran, acaso, una fortuna de príncipe, y sobre todo para la<br />

mendiga que, hacía un mes, tendía su mano a la limosna de los grandes?<br />

Indudablemente, no estaba más lejos la Juana de Valois de la calle Neuve-Saint-Gilles<br />

de la Juana de Valois del arrabal de Saint-Antoine, ni lo estaba la Juana de Valois del<br />

arrabal de Saint-Antoine de la Juana de Valois dueña del collar.<br />

Ella pensaba que había franqueado más de la mitad del camino que lleva a la fortuna, y<br />

la fortuna que ambicionaba no era una ilusión como la palabra de un contrato, como una<br />

posesión territorial, cosas primordiales, sin duda, pero a las cuales es necesario unir la<br />

inteligencia del espíritu.<br />

No, ese collar era algo muy diferente a un contrato o a una tierra; ese collar representaba<br />

la fortuna visible; mientras se mostraba a los ojos, ardiente y fascinadora; y puesto que<br />

la reina lo deseaba, Juana de Valois podía muy bien soñar con él; puesto que la reina<br />

sabía privarse de dicha joya, Juana de la Motte podía limitar a ella su ambición.<br />

Y así mil ideas inconcretas. Estos fantasmas extraños de contornos nebulosos, que<br />

según Aristófanes subyugaban a los hombres en los momentos de pasión, mil deseos,<br />

mil ansias de posesión tomaron para Juana, durante su camino de París a Versalles, la<br />

forma de lobos, de zorros y de serpientes aladas.<br />

El cardenal, que debía realizar sus sueños, los interrumpió, respondiendo con su<br />

inesperada presencia al deseo que Juana de la Motte tenía de verle.<br />

El también abrigaba sueños, también tenía su ambición, que ocultaba bajo una máscara<br />

aparentemente amorosa.<br />

—Ah, querida Juana —dijo—, ya estoy a vuestro lado. Creedme, me habéis llegado a<br />

ser tan necesaria que me desasosegaba sólo de pensar que estabais lejos de mí. ¿Habéis<br />

regresado bien de Versalles?<br />

—Como vos podéis ver, monseñor.<br />

—¿Y contenta?<br />

—Encantada.<br />

—¿La reina os ha recibido, entonces?<br />

—En cuanto me anunciaron me hizo pasar y he sido introducida ante ella.<br />

—Habéis tenido suerte. Adivino por vuestro rostro que la reina os ha hablado.<br />

—He estado cerca de tres horas en el gabinete de Su Majestad.<br />

El cardenal se estremeció y estuvo a punto de repetir, con acento asombrado: «¡Tres<br />

horas!», pero se contuvo.<br />

—Sois realmente hechicera y nadie puede resistiros.<br />

—Vos exageráis, príncipe mío.<br />

—Es la verdad, ¿entonces, habéis estado tres horas con la reina?<br />

Juana afirmó con la cabeza.

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