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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Se trata una vez más de ese bello collar de diamantes que Vuestra Majestad no se ha<br />

dignado aceptar.<br />

—Sí, el collar... Otra vez este asunto —exclamó María Antonieta, riendo—. La verdad<br />

es que era muy hermoso, monsieur Boehmer.<br />

—Tan hermoso, madame —dijo Bossange, tímidamente—, que sólo Vuestra Majestad<br />

era digna de llevarlo.<br />

—Eso es lo que me consuela —dijo María Antonieta, con un ligero suspiro que no pasó<br />

desapercibido para Juana de la Motte—. Lo que me consuela es que costaba... un millón<br />

y medio. ¿No es así, monsieur Boehmer?<br />

—Sí, Majestad.<br />

—Y en este triste tiempo en que vivimos, cuando los pueblos carecen de lo necesario,<br />

no hay soberano que pueda comprar un collar de diamantes de seiscientas mil libras.<br />

—¡Seiscientas mil libras! —replicó, como un eco fiel, Juana de la Motte.<br />

—Entonces, señores, lo que yo no he podido ni debido comprar, no habrá nadie que lo<br />

haga... Me diréis que los diamantes son excelentes, es verdad, pero yo no envidiaré a<br />

nadie porque compre dos o tres diamantes; yo sólo podría desear sesenta.<br />

La reina se frotó las manos con una especie de satisfacción en la cual entraba cierto<br />

deseo de fastidiar un poco a Boehmer y a Bossange.<br />

—He aquí justamente en lo que Vuestra Majestad comete un error —dijo Boehmer—, y<br />

he aquí también por qué consideramos un deber venir a deciros que el collar está<br />

vendido.<br />

—¿Vendido? —exclamó la reina.<br />

—¿Vendido? —preguntó Juana de la Motte, a la cual el movimiento de su protectora<br />

aconsejó fingir una inquietud propia de su pretendida abnegación.<br />

—¿A quién? —quiso saber la reina.<br />

—Madame, es un secreto de Estado.<br />

—¿Un secreto de Estado? Nosotros podemos reírnos de semejante secreto —dijo,<br />

sonriendo, María Antonieta—. Muchas veces lo que no se dice es lo que no se debería<br />

decir, pero acaba diciéndose, ¿no es así, Boehmer?<br />

—Madame...<br />

—¡Oh, los secretos de Estado! Pero si eso nos es familiar. Tened cuidado, Boehmer,<br />

porque si no me confiáis el vuestro, yo os lo haré robar por un empleado de monsieur de<br />

Crosne.<br />

Y se rió con alborozo, demostrando sin rodeos su opinión sobre el pretendido secreto<br />

que impedía a Boehmer y a Bossange revelar el nombre de los compradores del collar.<br />

—Con Vuestra Majestad —dijo gravemente Boehmer— no podemos comportarnos<br />

como con los demás clientes, y por eso hemos venido a decir a Vuestra Majestad que el<br />

collar ha sido vendido, porque está vendido, y debemos callar el nombre de su<br />

comprador, pues la adquisición se ha hecho en secreto, tras el viaje de un embajador<br />

enviado de incógnito.<br />

La reina, ante la palabra «embajador», se sintió otra vez presa de un acceso de hilaridad.<br />

Y se volvió hacia madame de la Motte, diciéndole:<br />

—Lo que hay de admirable con Boehmer es que es capaz de creer lo que acaba de<br />

decirme. Veamos, Boehmer, decidme solamente el país de donde viene ese embajador...<br />

No, es demasiado —dijo, riendo—. La primera letra de su nombre. Me conformo con<br />

eso —y siguió riendo con el mismo entusiasmo.<br />

—Es el embajador de Portugal —dijo Boehmer, bajando la voz, para por lo menos<br />

salvar su secreto de los oídos de Juana de la Motte.<br />

Ante esta afirmación tan rotunda, la reina se detuvo.<br />

—¿Un embajador de Portugal? —dijo—. No hay ninguno aquí, Boehmer.

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