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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿La verdad? —balbució la condesa.<br />

—Ojalá —dijo Andrea.<br />

—Que se haga venir a monsieur de Crosne —dijo alegremente la reina, dirigiéndose a<br />

madame de Misery, que entraba en aquel instante.<br />

XXXIX<br />

MONSIEUR <strong>DE</strong> CROSNE<br />

De Crosne, que era un hombre muy cortés, estaba terriblemente confuso después de la<br />

explicación del rey y de la reina.<br />

No era una pequeña dificultad para el perfecto conocimiento de los secretos de una<br />

mujer, sobre todo cuando esa mujer era la reina, y se tiene la misión de salvaguardar los<br />

intereses de una corona y el cuidado de un nombre.<br />

De Crosne sentía que estaba a punto de sufrir el peso de la cólera de una mujer y la<br />

indignación de una soberana, pero se había parapetado valientemente en su deber, y su<br />

cortesía debía servirle de coraza para amortiguar los primeros golpes.<br />

Entró apaciblemente, con la sonrisa en los labios.<br />

La reina, en cambio, no sonreía.<br />

—Veamos, monsieur de Crosne —dijo—, ha llegado el momento de las explicaciones.<br />

—Estoy a las órdenes de Vuestra Majestad.<br />

—Vos debéis saber la causa de lo que me sucede, señor lugarteniente de policía.<br />

De Crosne miró en torno con cierta desazón.<br />

—No os inquietéis —prosiguió la reina—; conocéis perfectamente a estas damas; en<br />

realidad, conocéis a todo el mundo.<br />

—No tanto —dijo el magistrado—. Conozco a las personas, conozco los efectos, pero<br />

no conozco la causa de la cual habla Vuestra Majestad.<br />

—Tendré, pues, que tomarme la molestia de informaros —replicó la reina, irritada ante<br />

la tranquilidad del lugarteniente de policía—. Es evidente que debería confiaros mis<br />

secretos como se confían los secretos en voz baja, o reservadamente, pero ante el<br />

extremo a que se ha llegado, deseo hacerlo con entera claridad y en voz alta. Pues bien,<br />

yo atribuyo los efectos, como vos los llamáis, los efectos de los cuales me quejo, a la<br />

innoble conducta de una persona que se me parece y que se ofrece en espectáculo por<br />

todas partes donde vos creéis verme, vos o vuestros agentes.<br />

—¿Alguien que se os parece? —preguntó De Crosne, demasiado ocupado en sostener el<br />

ataque de la reina para darse cuenta de la turbación pasajera de Juana y de la<br />

exclamación de Andrea.<br />

—¿Acaso encontráis esta suposición imposible, señor lugarteniente de policía?<br />

¿Preferiríais creer que yo me equivoco o que os equivoco?<br />

—Madame, yo no digo eso, pero sea cual sea el parecido entre cualquier mujer y<br />

Vuestra Majestad, hay tal diferencia que ninguna mirada podría engañarse.<br />

—Es posible engañarse, monsieur, ya que hay quien se ha engañado.<br />

—Encontraré un ejemplo para Vuestra Majestad —dijo Andrea.<br />

—Ah...<br />

—Cuando vivíamos en Taverney-Mayson-Rouge con mi padre, teníamos una criada<br />

que, por una extraña casualidad...<br />

—Se me parecía.<br />

—Vuestra Majestad debería tener cuidado.<br />

—Y con esta muchacha, ¿qué es lo que ha pasado?<br />

—Entonces no sabíamos aún hasta qué punto el espíritu de Vuestra Majestad es<br />

generoso, elevado, superior; mi padre tenía miedo de que su parecido disgustase a la

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