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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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De Charny parecía estar sufriendo y su actitud no desagradaba a la reina, quien al fin<br />

rompió el silencio, y respondiendo al mismo tiempo a su propio pensamiento y al de los<br />

demás dijo:<br />

—Esto prueba que no carecemos de enemigos. ¿Quién creería que pueden pasar cosas<br />

tan miserables en la corte de Francia, monsieur? ¿Puede creerse eso?<br />

De Charny no respondió.<br />

—En vuestros barcos —continuó la reina—, ¡qué alegría vivir a pleno cielo y en plena<br />

mar! Se nos habla a nosotros, ciudadanos, de los peligros del océano. ¿Es que las olas,<br />

las más furiosas olas, no han arrojado sobre vos la espuma de su ira? ¿Es que sus asaltos<br />

no os han derribado algunas veces sobre el puente del navío? Pues ved vuestra realidad:<br />

Miraos, sano, joven, y lleno de honores.<br />

—Madame...<br />

—¿Es que los ingleses —continuó la reina, que se animaba por grados— no os han<br />

hecho también objeto de su cólera con sus ataques, cóleras peligrosas para la vida?<br />

¿Pero qué os importa? Ahora estáis a salvo, sois fuerte, y es a causa de la ira de los<br />

adversarios que habéis vencido, que el rey os haya felicitado y lisonjeado, y que el<br />

pueblo sepa vuestro nombre y lo ame.<br />

—¿Y bien, madame? —murmuró De Charny, que veía con temor la fiebre que<br />

insensiblemente exaltaba los nervios de María Antonieta.<br />

—¿Adonde quiero llegar? A esto: benditos sean los enemigos que arrojan sobre<br />

nosotros la llama, el hierro, la ola espumeante; benditos sean los enemigos que no<br />

amenazan más que con la muerte.<br />

—Madame —repuso De Charny—, no hay enemigos para Vuestra Majestad; sólo hay<br />

serpientes para el águila. Todo lo que se arrastra a ras de suelo no puede hacer daño a<br />

los que planean en las nubes.<br />

—Monsieur —se apresuró a responder la reina—, vos habéis regresado sano y salvo de<br />

la batalla, lo sé; habéis salido sano y salvo de la tempestad; por eso os sentís triunfante y<br />

amado, mientras que los que tienen un enemigo, como nosotros lo tenemos, ven su<br />

honra infectada por la maraña de la calumnia. Es cierto que aquí no corremos ningún<br />

riesgo mortal, pero envejecemos con cada tempestad, y nos habituamos a inclinar la<br />

frente con el temor de encontrar, como yo he encontrado hoy, la doble injuria de los<br />

amigos y de los enemigos, fundidas en un solo ataque. ¡Si vos supierais, monsieur, lo<br />

duro que es ser odiado!<br />

Andrea esperaba con ansiedad la respuesta del joven; temblaba ante la idea de que él no<br />

replicase con el consuelo afectuoso que parecía solicitar la reina. Pero De Charny, por el<br />

contrario, se enjugó la frente con su pañuelo, buscó un punto de apoyo en el respaldo de<br />

un sillón y palideció. La reina le miraba.<br />

—¿No hace demasiado calor aquí?<br />

Juana de la Motte abrió la ventana con su pequeña mano y levantó la falleba con el<br />

vigor de un puño masculino. De Charny aspiró el aire con ansiedad.<br />

—Monsieur está acostumbrado al viento del mar y se ahoga en los gabinetes de<br />

Versalles.<br />

—No es eso, madame —repuso De Charny—; pero tengo un servicio a las dos, y si Su<br />

Majestad no me ordena que me quede...<br />

—No, monsieur —dijo la reina—. Nosotros sabemos lo que es una consigna, ¿verdad,<br />

Andrea?<br />

Después, volviéndose hacia él y en un tono ligeramente mortificado, dijo:<br />

—Estáis libre, monsieur.<br />

Y despidió al joven oficial con un ademán, quien saludó como si el tiempo le apremiase<br />

y desapareció detrás del tapiz.

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