26.01.2019 Views

EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

mademoiselle de Taverney sentía por De Charny. Ella rechazaba terminantemente esa<br />

posibilidad, porque se había jurado no amar jamás a nadie. Pero entonces, ¿por qué<br />

había sufrido tanto cuando De Charny dirigió a la reina algunas palabras de devoción y<br />

respeto? Cierto. Eran celos.<br />

Sí, Andrea se confesaba que estaba celosa, no del amor que un hombre pudiera sentir<br />

por otra mujer que no fuese ella, sino celos de la mujer que podía inspirar, acoger y<br />

autorizar ese amor.<br />

Ella veía con melancolía pasar a su alrededor todos los bellos amores de la corte nueva;<br />

almas valerosas y ardientes que no la comprendían, que se alejaban después de haberle<br />

ofrecido sus respetos; los unos porque su frialdad no era estudiada, los otros porque su<br />

frialdad era un extraño contraste con las liviandades entre las cuales Andrea había<br />

empezado a vivir.<br />

Y después los hombres, porque buscasen el placer, o porque soñasen con el amor,<br />

desconfiando de la identificación de una mujer de veinticinco años, bella y rica, que era<br />

además la favorita de una reina, y que avanzaba sola, pálida y silenciosa, por un camino<br />

en el que la suprema alegría y la suprema felicidad casi siempre son un espejismo.<br />

No es atractivo ser un problema viviente, y Andrea se había dado cuenta. Había visto<br />

cómo los ojos se apartaban poco a poco de su belleza, cómo los espíritus desconfiaban<br />

de su espíritu o lo negaban. Ella veía aún más: ese abandono llegó a ser una costumbre<br />

entre los antiguos y un instinto en los contemporáneos; nadie abordaba a mademoiselle<br />

de Taverney, como nadie hubiera abordado a Latona o a Diana en Versalles.<br />

Quienquiera que la saludase, hecho su reverencia y sonreído, había cumplido con su<br />

deber.<br />

Estos matices no pasaban desapercibidos a la mirada sutil de la joven. Ella, cuyo<br />

corazón había probado todas las amarguras sin conocer un solo placer; ella, que sentía<br />

avanzar la edad con un cortejo de pálidas tristezas, y de negros recuerdos, invocaba por<br />

lo bajo a Aquel que castiga más que a Aquel que perdona, y, en sus insomnios<br />

dolorosos, pasando revista a las delicias ofrecidas a los felices amantes de Versalles,<br />

suspiraba con una amargura mortal.<br />

«¿Y yo, Dios mío, y yo?»<br />

Por eso cuando encontró a De Charny la noche de aquel terrible frío; cuando vio los<br />

ojos del joven detenerse interesados sobre ella y envolverla poco a poco en una mirada<br />

llena de simpatía, no notó aquella extraña reserva que advertía en todos los cortesanos.<br />

Para este hombre, ella era una mujer. Había despertado en ella la juventud y expulsado a<br />

la muerte; había hecho enrojecer el mármol de Diana y de Latona.<br />

Mademoiselle de Taverney se aferró a esta nueva fuente de vida. Y se sintió feliz al<br />

mirar a ese joven para quien ella no era un problema. Y se imaginó desgraciada al<br />

pensar que otra mujer iba a cortar las alas a su azul fantasía, a destrozar su sueño cuando<br />

el sueño no había pasado de la esperanza.<br />

Se nos perdonará haber explicado de esta manera por qué Andrea no siguió a Felipe<br />

fuera del gabinete de la reina, aunque había sufrido con la injuria dirigida a su hermano,<br />

y aunque ese hermano era para ella una idolatría, una religión, casi un amor.<br />

Andrea, que no soportaba la idea de la reina hablando directamente con De Charny, no<br />

pensó, sin embargo, en tomar parte en la conversación después de la marcha de Felipe.<br />

Se sentó en un rincón de la chimenea, de espaldas al grupo que formaban la reina,<br />

sentada ella, De Charny de pie y Juana de la Motte junto a la ventana, donde su falsa<br />

timidez buscaba un refugio, y su curiosidad un puesto favorable para observar.<br />

La reina permaneció algunos minutos en silencio, no sabiendo cómo entablar una nueva<br />

conversación después de la escena de que acababa de ser protagonista.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!