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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Si, es él.<br />

La reina, trastornada, abrió la ventana con un vigor extraordinario y gritó:<br />

—¡Monsieur de Charny!<br />

Sorprendido, De Charny levantó la cabeza, y en el acto avivó el paso, en dirección a la<br />

entrada principal de palacio.<br />

XXXVIII<br />

<strong>LA</strong> COARTADA<br />

De Charny entró, un poco pálido, pero erguido y sin aparente sufrimiento.<br />

Ante la severidad que observó, tomó la postura respetuosa y rígida del hombre de<br />

mundo y del soldado.<br />

—Tened cuidado, hermana —dijo el conde de Artois en voz baja a la reina—. Me<br />

parece que estáis interrogando a demasiada gente.<br />

—Interrogaré al mundo entero hasta que alguien me diga que estáis equivocado.<br />

Durante este breve tiempo, De Charny había visto a Felipe y le saludó cortésmente.<br />

—Sois un verdugo de vuestra salud —dijo Felipe al oído de su adversario—. Salir<br />

herido y... Parece que queréis morir.<br />

—No se muere por arañarse con una zarza del Bois de Boulogne —replicó De Charny,<br />

feliz al devolver a su enemigo un golpe más doloroso que la herida de la espada.<br />

La reina se les acercó, interrumpiendo un coloquio que más bien era un aparte que un<br />

diálogo.<br />

—Monsieur de Charny —dijo—, ¿estuvisteis, según dicen estos señores, en el baile de<br />

la Ópera?<br />

—Sí, Majestad —respondió De Charny, inclinándose.<br />

—Decidnos lo que visteis allí.<br />

—¿Vuestra Majestad me pide que diga lo que vi o a quién vi?<br />

—Precisamente..., a quién visteis allí. Y nada de discreción, monsieur de Charny; nada<br />

de vaguedades...<br />

—¿Es preciso decirlo todo, madame?<br />

Las mejillas de la reina volvieron a tomar aquella palidez que, diez veces desde por la<br />

mañana, había reemplazado un rubor febril.<br />

—Para comenzar, lo haré según la jerarquía, según la ley que yo respeto —repuso De<br />

Charny.<br />

—Decid, ¿me visteis a mí? —interrumpió la reina.<br />

—Sí, Majestad, en el momento en que la máscara de la reina cayó.<br />

María Antonieta estrujó nerviosamente su pañuelo de encaje.<br />

—Monsieur —dijo con una voz en la que un observador más inteligente habría<br />

adivinado sollozos reprimidos—, miradme bien. ¿Estáis seguro?<br />

—Madame, los rasgos de Su Majestad están grabados en el corazón de todos sus<br />

súbditos. Haber visto a la reina una vez es verla siempre.<br />

Felipe miró a Andrea, y Andrea clavó sus ojos en los de Felipe. Entre estos dos dolores<br />

se pactaba una dolorosa alianza.<br />

—Monsieur —repitió la reina, aproximándose a De Charny—, yo os aseguro que no<br />

estuve en el baile de la Ópera.<br />

—Madame —dijo el joven, inclinándose—, ¿no tiene Su Majestad el derecho de ir<br />

adonde le plazca? Y aunque hubiera ido al infierno, en el momento en que Su Majestad<br />

haya puesto el pie en él, el infierno estaría purificado.<br />

—Yo no os pido que excuséis mi falta —dijo la reina—. Yo os ruego que me creáis si<br />

digo que no la he cometido.

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