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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sois el tercero —repuso María Antonieta—. Monsieur es un narrador muy ameno.<br />

Contadnos, pues, qué versión os ha contado.<br />

—De la manera mejor para haceros aparecer más blanca que el armiño, más blanca que<br />

Venus Afrodita. Hay todavía otro nombre que termina en «a»; los sabios podrían<br />

decíroslo. Mi hermano el de Provenza, por ejemplo.<br />

—¿Y no os ha contado otra aventura?<br />

—Del gacetillero, sí. Pero Vuestra Majestad ha salido en defensa de su honor. Se podría<br />

decir, si se hiciera un juego de palabras, como De Bievre hace cada día: «El asunto de la<br />

cubeta ha sido lavado».<br />

—¡Espantoso juego de palabras!<br />

—Hermana mía, no maltratéis a un paladín que venía a ponerse a vuestra disposición<br />

con su lanza y su brazo. Felizmente, no tenéis necesidad de nadie. Querida hermana,<br />

¡qué suerte habéis tenido!<br />

—¿Vos llamáis suerte a esto? ¿Lo entendéis, Andrea?<br />

Juana rió al oírles. El conde, que no cesaba de mirarla, le daba valor.<br />

—Habéis tenido suerte —repitió el conde de Artois—, porque habría podido ocurrir, mi<br />

querida hermana, que la princesa de Lamballe no hubiera ido con vos.<br />

—¿Y que fuese yo sola?<br />

—Y que madame de la Motte no estuviese allí para evitar que entraseis.<br />

—Ah... ¿Sabéis que la condesa estaba allí?<br />

—Cuando el conde de Provenza cuenta algo, lo cuenta todo. Podía haber ocurrido que<br />

madame de la Motte no hubiese estado en Versalles en el momento oportuno para<br />

testimoniar. Vais a decirme que la virtud y la inocencia son como la violeta, que no<br />

tiene necesidad de ser vista para ser reconocida; pero con la violeta se hace un ramillete<br />

cuando se la ve y se la tira cuando se ha aspirado su perfume. He aquí mi moraleja.<br />

—Muy bella.<br />

—Yo la tomo como la encuentro y vos habéis demostrado que tenéis mucha suerte.<br />

—Mal probado.<br />

—¿Es preciso probarlo mejor?<br />

—No sería superfluo.<br />

—Cometéis una injusticia acusando a la fortuna —dijo el conde, cruzando la estancia<br />

para sentarse en el sofá, al lado de la reina—, porque salvada de la famosa escapada del<br />

cabriolé...<br />

—Una —dijo la reina, contando con los dedos.<br />

—Salvada de la cubeta...<br />

—Dos. ¿Y después?<br />

—Y salvada del asunto del baile —le dijo al oído.<br />

—¿Qué baile?<br />

—El baile de la Ópera.<br />

—¿Qué decís?<br />

—Digo el baile de la Ópera.<br />

—No os comprendo.<br />

—¡Qué tonto soy! —exclamó él, riendo—. Venir aquí a hablaros de un secreto.<br />

—¿Un secreto? De verdad, querido hermano, he comprendido, que habláis del baile de<br />

la Ópera, y por eso estoy intrigada.<br />

Las palabras «baile» y «Ópera» se clavaron en el oído de Juana. Y puso mayor atención.<br />

—¡Mutis! —dijo el príncipe.<br />

—De ninguna manera, de ninguna manera —replicó la reina—. Vos habláis de algo de<br />

la Ópera. ¿Qué es eso?<br />

—Imploro vuestra piedad.

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